lunes, 18 de diciembre de 2017

COMO DESTRUIR UNA CONGREGACION DE LA TRADICION CATOLICA SIN QUE ESTA LO ADVIERTA








“Quien ama a Dios y padece, merece doble corona. San Vicente de Paul decía que era una desgracia no padecer nada en este mundo,  y que una congregación o persona que no padece y a quien todos aplauden, está a punto de caer”


San Alfonso María de Ligorio, “Práctica del amor a Jesucristo”


“Uno no suele llenarse de cicatrices en la carrera diplomática”.
Louis de Wohl, “El hilo de oro”.



Dos cosas son necesarias que confluyan, para que una congregación religiosa o sacerdotal sea desintegrada en sus fundamentos:1) un Papa modernista, liberal, hábil, ladino, confianzudo, manipulador, inescrupuloso, carismático, sofista, sinuoso, que encarna el espíritu del siglo y cuenta con un gran poder detrás, y 2) un líder de congregación tradicionalista pacifista, diplomático, liberal, inseguro, que lejos de estar dispuesto a batirse y sufrir por la verdad, pretende evitar todo conflicto, por el riesgo de no obtener la respetable reputación que cree merecer a los ojos del mundo. Esas dos cosas se han encontrado.  

Caminar juntos

De acuerdo a lo observado hasta aquí, cabe afirmar sin llamarse a engaño, que Jorge Mario Bergoglio fue elevado a la sede de San Pedro –no precisamente por el Espíritu Santo- porque le fueron reconocidas sus excepcionales dotes en el arte de la política, sus supremas habilidades para crear consensos, su insaciable sed de poder y su astucia incansable para propiciar caminos de encuentros que empujen a la Iglesia hacia un destino irrevocable, el del Nuevo Orden Mundial. Los modernistas conciliares que ocupan la Iglesia en su estructura visible, no podrían haber inventado nadie mejor para la tarea a cumplir. Fueron a buscarlo “al fin del mundo”, como dijo el mismo Bergoglio cuando salió al balcón de la Plaza San Pedro. Por eso no estuvo desacertado en su momento el Cardenal Quarracino, cuando rescató de un lugar lateral y subordinado de provincias a Bergoglio, para ungirlo obispo auxiliar de Bs. As. y prácticamente su sucesor: ambos tenían muy aceitados lazos con la Sinagoga. El maquiavelismo de quien hoy es simplemente Francisco, es ampliamente mencionado en los círculos eclesiales. Sin embargo, la primera lectura –y en muchos casos, la única lectura- de la FSSPX, al ser elegido Bergoglio como sucesor de Benedicto XVI, fue la de entender que, ahora sí, la posibilidad de todo acuerdo con Roma, quedaba definitivamente descartada. Por aquello de que si Benedicto podía llevar muy bien el disfraz de conservador o hasta de “restaurador”, a Bergoglio ese sayo no le entraba de ninguna manera, por más esfuerzos que hiciera la imaginación. Pero, ¡ay!, nunca como entonces la Fraternidad se puso en mayor peligro.

Si en la FSSPX se hubieran tomado la molestia de, primero, distinguir claramente a sus amigos de sus enemigos, y, segundo, de conocer bien a estos últimos, entonces todo contacto habría sido roto con Roma, particularmente con Francisco. Pero Francisco llegó al poder en el momento de mayor debilidad de la Fraternidad, cuando ésta había bajado la guardia y ya había decidido obtener la paz en una guerra que estaba lejos de perder. Y he aquí que Francisco está llevando a cabo ahora la lenta, gradual, paciente e inexorable disolución de la otrora combativa e irreductible congregación de Mons. Lefebvre. Francisco cuenta con dos aliados poderosos: el tiempo, y Mons. Fellay.


¿Cuáles son las armas de Francisco, el destructor, para acabar tan graciosa y casi inadvertidamente con la FSSPX? Busquemos en su pensamiento, claramente expuesto, por ejemplo, en un libro de diálogos con su gran amigo el Rabino Abraham Skorka, llamado “Sobre el cielo y la tierra” (2010). Francisco no inventa nada, él se vale de la dialéctica hegeliana, arma revolucionaria por excelencia, pero lo hace con el ropaje renovado por el Vaticano II (diálogo, ecumenismo, movilismo, evolucionismo, progresismo), a la vez que condimentado con su propia idiosincrasia porteña, con su histriónica impostura italiana (o fellinesca), y una sinuosidad arrabalera, que demuestra la total seguridad de quien tiene “calle”, todo ello absolutamente superador de las viejas categorías marxistas. Si la fe para los modernistas es un producto del sentimiento religioso, entonces nadie mejor que un sentimental, el tanguero Bergoglio, para encarnar esa fe. Y como tal fe es algo que evoluciona, no puede haber principios inmutables ni obligaciones morales absolutas. Lo que cuenta es el sentir, en primer lugar el propio sentir, claro. Todo eso constituye la enseñanza de tal libro, donde Bergoglio dice por ejemplo lo siguiente:
 
“Creo que nunca el camino de resolución debe ser la guerra, porque eso implicaría que uno de los dos polos de tensión absorbiera al otro. Tampoco se resuelve en una síntesis, que es una mezcla de los dos extremos, una cosa híbrida que no tiene futuro. Los polos en tensión se resuelven en un plano superior, mirando hacia el horizonte, no en una síntesis pero sí en una nueva unidad, en un nuevo polo que mantenga las virtualidades de los dos, las asuma, y así fuera progresando. No es una absorción ni una síntesis híbrida, es una nueva unidad. Si miramos los códigos genéticos, ésa es la manera en que progresa la humanidad. Una verdadera filosofía del conflicto sería tener la valentía y el coraje de buscar solucionarlo, tanto el conflicto personal como el social, buscando una unidad que reúna la virtualidad de ambas partes. Hay una frase de un teólogo luterano alemán, Oscar Cullman, que se refiere a cómo hacer para llevar a la unidad de las distintas denominaciones cristianas. Él dice que no busquemos que todos, desde un principio, afirmemos lo mismo, propone caminar juntos en una diversidad reconciliada. Resuelve el conflicto religioso de las múltiples confesiones cristianas en caminar juntos, en hacer cosas juntos, en rezar juntos. Pide que no nos tiremos piedras unos a otros, sino que sigamos caminando a la par. Es la manera de avanzar en la resolución de un conflicto con las virtualidades de todos, sin anular las diversas tradiciones ni tampoco cayendo en sincretismos. Cada uno, desde su identidad, en reconciliación, buscando la unidad de la verdad”.

Que aquel que pueda y lo desee, se ocupe de desentrañar los orígenes de este pensamiento (más bien, como diría Mons. Williamson, de esta “papilla mental” que expresa Bergoglio), que probablemente provenga de maestros del judaísmo como Martin Buber y otros, así como de los más afamados “teólogos” protestantes. En todo caso y en relación a lo que nos interesa, todo el contenido de este párrafo está siendo llevado a la práctica en la complicada relación entre Roma y la Neo-FSSPX. Veamos:


Hay un conflicto entre Roma y la FSSPX, hasta hoy insoluble. No se había podido resolver porque ambos mantenían una guerra, “arrojándose piedras”. Si ambos, Roma y la Fraternidad, se arrojan piedras, no habrá resolución del conflicto, pero como ambos quieren que el conflicto se resuelva, ya no debe sostenerse una guerra (Mons. Lefebvre arrojaba “piedras”, ahora Mons. Fellay arroja “flores”; el primero continúa “excomulgado”, el segundo ya no). En una guerra uno de los polos del conflicto absorbe al otro. Vista esa imposibilidad por parte de la Fraternidad, resignada tras las discusiones doctrinales, decidió usar de la vía diplomática para “ablandar” a Roma. Benedicto preparó el camino a la paz con las diversas medidas “favorables” a la FSSPX. Pero Benedicto –falto de cintura política y quizás de apoyo por parte de “los innombrables”-no pudo concretarla. Francisco, verdadero “animal político”, ha avanzado mucho y está en camino de lograrla.

La nueva unidad a la que es invitada la Fraternidad la respetará “tal cual es”, no la absorberá ni la hará formar parte de “una síntesis híbrida”. Mons. Fellay ha dicho repetidamente que ahora –esto es, ahora con Francisco de papa- hay una sola condición “sine qua non”: “que nos dejen seguir siendo como somos”. Esa unidad reunirá la “virtualidad de cada una de las partes”. La Fraternidad podrá seguir siendo “como es” (pero atención: como es en el 2018, no como era en 1988 o 2006). Una Fraternidad permisiva, pusilánime y habiendo sucumbido a la exteriorización.

¿Cuál es el método o la manera en que se resolverá ese conflicto hasta hoy insoluble? Seguir el consejo del “teólogo” luterano Cullman: no pueden todos desde el principio afirmar lo mismo, los romanos modernistas y los tradis de la Fraternidad no pueden esperar ponerse de acuerdo de inmediato, eso está claro, ya quedó demostrado (en las discusiones doctrinales en tiempos de Benedicto), pero sí pueden empezar a caminar juntos, a hacer juntos, en una “diversidad reconciliada”, esto es, conservando cada uno sus diferencias. Ya no deben tirarse unos a otros piedras, sino que deben caminar a la par. Es por eso que Roma ya no tira piedras a la Fraternidad, por el contrario, le otorga “beneficios”, “concesiones”, “reconocimientos”, no en aquello que se afirma, no en lo doctrinal, sino en el orden práctico o pastoral. Esto invita a la Fraternidad a caminar, desde su propia identidad, con Roma. Aceptando los “gestos” romanos que le permiten caminar “mejor”, la Fraternidad camina de acuerdo con Roma, si no en lo doctrinal, sí en lo pastoral. Y este “caminar juntos” se afirma en que, ya habiendo dejado de “arrojarse piedras”, ahora pueden ambos dialogar cordialmente. El diálogo es el lazo que introdujo a la Fraternidad en esta dialéctica del “caminar juntos”, cada uno conservando su propia identidad.

Dice Romano Amerio que “En el vocablo diálogo se ha consumado la más grande variación de la mentalidad de la Iglesia postconciliar, solamente parangonable a la ocurrida en el siglo pasado con el vocablo libertad. El término era completamente desconocido e inusitado en la doctrina previa al Concilio. No se encuentra ni una sola vez en los Concilios anteriores, ni en las encíclicas papales, ni en la homilètica ni en las parénesis pastorales” (Iota unum). Además “El deslizamiento desde el discurso ético propio de la religión a un discurso hipotético y problemático es evidente incluso en la transformación de los títulos de los libros: en tiempos enseñaban, hoy buscan”: y de eso se trata el libro que estos dos humildes sabios –ya sabemos: sabios según el siglo, ergo…- como son Bergoglio y Skorka, vienen a proponer: una búsqueda en común de la paz y el bien, un caminar juntos en medio de las dudas, la indefinición y la incertidumbre, hacia un horizonte compartido.  

El concilio (en Ecclesiam suam) empezó por proponer la evangelización no mediante la enseñanza, que había hecho siempre la Iglesia, sino por el diálogo con el mundo. Ahora directamente no se habla de evangelización sino de diálogo para que cada cual conserve sus propias identidades religiosas. El objetivo es la  resolución de todo conflicto, la paz como la da el mundo, la falsa paz, para una unidad sin Cristo. La traición al mandato evangélico es evidente. Como dice Bergoglio en el mismo libro citado:

No hay que destacar tanto el error del otro porque yo tengo el mío, los dos tenemos nuestras fallas. La concordia de las personas, de los pueblos, se hace buscando caminos; eso es lo que pensé que subyacía detrás de su reflexión, Rabino. Ése es el modo de resolver enemistades (…) Cada cual reza según su tradición, ¿cuál es el problema?”.

Bergoglio puede bien repetir las célebres palabras de Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

Cuando la FSSPX aceptó dialogar con los modernistas romanos, aceptó entrar en el camino de los modernistas. Así piensa Bergoglio en el citado libro, acerca del diálogo:

“El diálogo nace de una actitud de respeto hacia otra persona, de un convencimiento de que el otro tiene algo bueno que decir; supone hacer lugar en nuestro corazón a su punto de vista, a su opinión y a su propuesta. Dialogar entraña una acogida cordial y no una condena previa. Para dialogar hay que saber bajar las defensas, abrir las puertas de casa y ofrecer calidez humana.”

Esta actitud de “té y simpatía” encarnada en las buenas relaciones entre Francisco y Mons. Fellay, ha implicado, como dice Bergoglio, “bajar las defensas” y “abrir las puertas de casa”, dejando de lado toda condena (para con los modernistas, que como bien decía Mons. Lefebvre, fueron condenados por los papas anteriores al concilio). La Fraternidad, ingenuamente, puede pensar que Roma se ha debilitado al “bajar las defensas” y “abrir sus puertas” para que entre el aire tradicional de la congregación lefebvrista en Roma. ¿Pero sabe acaso la Fraternidad que está jugando al juego que quiere Roma, y no al suyo propio? Dice Bergoglio algo que también podría afirmar de Mons. Fellay:

“Con el Rabino Skorka hemos podido dialogar y nos ha hecho bien. No sé cómo empezó nuestro diálogo, pero puedo recordar que no hubo muros ni reticencias”.

Y agrega Bergoglio algo interesante, que también podrían afirmar los de la Fraternidad:

“…juntos desde nuestras identidades religiosas distintas. Con Skorka no tuve que negociar nunca mi identidad católica, así como él no lo hizo con su identidad judía, y esto no sólo por el respeto que nos tenemos sino también porque así concebimos el diálogo interreligioso”.

La misma cosa están diciendo en la Fraternidad una y otra vez: que la condición es no negociar su identidad. Si todavía no se produjo el acuerdo total y absoluto, se debe a que hay resistencias internas en la Fraternidad, pero resistencias cada vez más endebles e inoperantes. La corriente conciliar es más fuerte y si no se sale de su cauce el vértigo del devenir modernista terminará por tragar y perder la pequeña congregación tradicionalista.

¿Bergoglio, tomista?

Bergoglio tiene la osadía de justificar el diálogo interreligioso basándose en Santo Tomás. Así dice en el citado libro:

“Cuando uno lee a Maimónides y a Santo Tomas de Aquino, dos filósofos casi contemporáneos, vemos que siempre empiezan poniéndose en el lugar del adversario para entenderlo; dialogan con las posturas del otro”.

Desde el concilio se viene sosteniendo que la Iglesia practicó siempre el diálogo, confundiendo éste con la controversia y la refutación (cfr. Romano Amerio, ob. cit., cap. 16). Es interesante ver que ese deslizamiento desde la controversia y la refutación, hacia el diálogo, se ha dado también en una congregación como la FSSPX que se dice a sí misma tomista (cfr. la introducción a “La naturaleza y sus causas”, el excelente libro del P. Álvaro Calderón). También puede pensarse hasta qué punto la FSSPX conserva su tomismo, siendo que su postura difiere de la posición adoptada por los Dominicos de Avrillé, absolutamente tomistas. Son más bien estos últimos quienes aconsejados por la prudencia no han condescendido a formar parte de la praxis revolucionaria conciliar. En todo caso, si filosófica y teológicamente hijos del Doctor Común, en la práctica no deben desdeñarse las enseñanzas antiliberales y antimodernistas de un Sardá y Salvany o un San Pío X. El más puro tomismo, encerrado en un gabinete o en un seminario, lo tiene sin cuidado a la Roma modernista. El problema es cuando ese tomismo es el sostén de una cruzada o de un combate por Cristo Rey. De allí que hay una sola cosa que la Iglesia conciliar no tolera ni tolerará jamás: la intolerancia doctrinal, la intransigencia católica, el totalitarismo tradicional, la clara afirmación de la verdad.

La libertad religiosa impuesta por el Vaticano II es la mayor traición a N. S. Jesucristo jamás vista. Es la apostasía disfrazada, Por eso debe recordarse la gravedad de las declaraciones de Mons. Fellay cuando afirmó muy suelto de cuerpo en una entrevista televisiva que la libertad religiosa del concilio era “muy, muy limitada”, y que en general los errores que se le atribuyen al concilio en realidad provienen de su interpretación”.

¿Dónde están los grandes tomistas de la FSSPX, que no han salido a refutar estas graves palabras? ¿O, si prefieren, a justificarlas?

¿Bergoglio, castellaniano?

Pero también Bergoglio en el mentado libro cita sin mencionarlo al Padre Castellani. Lo cita mal, de esta manera:

“Un jesuita muy inteligente solía decir, a modo de chiste, que venía corriendo una persona pidiendo auxilio. Quien lo perseguía, ¿era un asesino? ¿Un ladrón? No… un mediocre con poder. Es verdad, pobres los que están debajo del mediocre cuando éste se la cree. Cuando un mediocre se la cree y le dan un poquito de poder, pobres los que están debajo”.

Se trata de uno de los relatos de ese extraordinario librito llamado “Camperas”, que nos sentimos tentados de aplicar al mismo obispo modernista, e incluso a cierto obispo suizo de una congregación tradicionalista. Así dice Castellani:

Huida

Una vez atraparon a un monje que venía huyendo a toda furia
mirando hacia atrás.

-¡Párese! ¡Párese, don! ¡Adónde va!

El anacoreta estaba que no lo sujetaban ni a pial doble.

-.¿Qué le pasa? ¿Quién lo corre?
 ¿Lo persigue alguna fiera?

-Peor -dijo el ermitaño.

-¿Lo persigue la viuda?

-Peor.

-¿Lo persigue la muerte?

El anacoreta dio un grito:

-¡Algo peor que la demencia! - y siguió huyendo.

Venía atrás al galope un necio con poder.


Hermandad bergogliana

Bergoglio resume en el libro su idea de la religión, a través de una imagen tomada de la realidad. Para él constituye el ideal al que aspira y por el que trabaja incansablemente, y en el que se ve involucrada la Neo-FSSPX, en tanto sostiene buenas relaciones con Francisco:

“Un símbolo de esta hermandad es la ciudad de Oberá (en el norte de Argentina) la capital del mestizaje. Allí hay sesenta templos, de los cuales sólo la minoría es católica. Los demás pertenecen a otras confesiones: evangélicos, ortodoxos, judíos. Y todos viven muy bien, muy contentos”.

¿Será esa la famosa “libertad muy, muy limitada” del Vaticano II?

Si la Neo-FSSPX continúa sus buenas relaciones con Roma, pasará a formar parte –tal cual ella es- de uno de esos “sesenta templos” del panteón romano. ¿Es que nadie piensa reaccionar?

Aprendamos la lección del Padre Castellani, y de los necios con poder: ¡Huyamos!


Fray Llaneza