sábado, 4 de junio de 2016

LA MUJER Y LA FAMILIA


Según la Revolución diabólica





“Debido a sus tareas domésticas, la situación de la mujer sigue siendo penosa. Para lograr la total emancipación de la mujer y su igualdad real y efectiva con el hombre, es necesario que la economía nacional sea socializada y que la mujer participe en el trabajo general de producción. Entonces sí la mujer ocupará el mismo lugar que el hombre. (…) La construcción del socialismo comenzará sólo cuando hayamos logrado la completa igualdad de la mujer, y cuando acometamos las nuevas tareas junto con la mujer, que habrá sido liberada del trabajo mezquino, embrutecedor, improductivo”.

Vladimir Ilich Lenin, Discurso “Las tareas del movimiento obrero femenino en la República Soviética”, 24 de septiembre de 1919.




Según el Cristianismo




“En su hogar, una mujer puede ser decoradora, cuentacuentos, diseñadora de moda, experta en cocina, profe­sora... Más que una profesión, lo que desarrolla son veinte aficiones y todos sus talentos. Por eso no se hace rígida y estrecha de mente, sino creativa y libre. Esta es la sustancia de lo que ha sido el papel histórico de la mujer. No niego que muchas han sido maltratadas e incluso torturadas, pero dudo que jamás hayan sido torturadas tanto como ahora, cuando se pretende que lleven las riendas de la familia y, al mismo tiempo, triunfen profesionalmente. No niego que antes la vida era más dura para las mujeres que para los hombres. Por eso nos descubrimos ante ellas.
Es la misma Naturaleza quien rodea a la mujer de ni­ños muy pequeños que requieren que se les enseñe, no cualquier cosa, sino todas las cosas. Los bebés no necesitan aprender un oficio, sino que se les introduzca a un mundo entero. El niño es un ser humano capaz de hacer todas las preguntas posibles, y muchas de las imposibles. Si alguien dice que responder a ese niño insaciable es una tarea agotadora, tiene razón. Si dice que es un cometido desagradable, admito que puede ser tan desagradable como el de un ciru­jano o un bombero. En cambio, cuando la gente dice que esa tarea femenina no sólo es cansada, sino trivial y odio­sa, se me hace imposible entender lo que quieren decir. Si odioso significa insignificante, descolorido e intrascenden­te, confieso que no lo entiendo. Porque decidir y organizar casi todo; ser ministro de economía que invierte y compra ropa, libros, sábanas y pasteles; ser Aristóteles que enseña lógica, ética, buenos modales e higiene... Todo esto puede dejar a una persona exhausta, lo que no puedo imaginar es cómo podría hacerla estrecha y limitada.
La manera más breve de resumir mi postura es afirmar que la mujer representa la idea de salud mental, el hogar intelectual al que la mente ha de regresar después de ca­da excursión por la extravagancia. Corregir cada aventu­ra y extravagancia con su antídoto de sentido común no es —como parecen pensar muchos— tener la posición de un esclavo. Es estar en la posición de un Aristóteles o de un Spencer, es decir, poseer una moral universal, un sistema completo de pensamiento. Una mujer así tiene que hacer muchos equilibrios para arreglar y resolver casi todo, para adaptarse a lo que haga falta. Y hacer equilibrios puede ser propio de personas cobardes, que se arriman al más fuerte. Pero también define a las personas de carácter noble, que siempre se ponen al lado del más débil, como el regatista que equilibra un velero sentándose donde se necesita su peso. Así es la mujer, y su oficio es generoso, peligroso y romántico. Su carga es pesada, pero la humanidad ha pen­sado que valía la pena echar ese peso sobre las mujeres para mantener el sentido común en el mundo”.


Gilbert K. Chesterton, “Mujeres torturadas”, La mujer y la familia, Styria.