domingo, 5 de junio de 2016

LA MISERICORDIA DEL PADRE POR MEDIO DE JESÚS






MONS. EMILE GUERRY



“Bendito sea Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de las Misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en nuestras tribulaciones... abunda nuestra consolación por medio de Cristo” (2 Cor., 1, 3-4).

I. La misericordia de Jesús

Cuando se busca penetrar en el Corazón del Divino Maestro, al través de las páginas del Evan­gelio, lo que ante todo se revela es su misericor­diosa bondad para con todas las debilidades y todas las miserias de la humanidad.
Miserias físicas: "Y Jesús recorría todas las ciudades... curando toda enfermedad y todo mal incurable. Pues, al ver esa muchedumbre de hom­bres, se movió a compasión por ellos, porque estaban extenuados y abatidos, como ovejas sin pastor” (Mt., 9, 36).
Todos esos pobres seres, que los hombres arrojan con desprecio, los leprosos, los paralíticos, los ciegos, los sordomudos, ésos son los que Jesús amó. Todos le hicieron, durante su ministerio público, un cortejo de dolores, cuya sola vista indigna y escandaliza a los que experimentan asco por la miseria.
Miserias morales. Jesús sólo tuvo un odio en su corazón, pero fuerte y terrible: el odio al pe­cado. En cambio se inclina sobre los pecadores con una compasiva ternura. Acuden a Él. Es su refugio, su salvador. Ninguna miseria moral le causa repugnancia. Se diría más bien que lo atrae. Basta comparar, en una misma escena, su conduc­ta con la de aquellos que lo rodean.
En casa de Simón el fariseo, la pecadora vuelca el contenido de su vaso de alabastro. Simón pro­testa. Jesús defiende a la mujer, alaba su amor y su fe. Surge el caso de la mujer adúltera. Los escribas y fariseos la rechazan cruelmente. Jesús la confunde y la protege.
Pedro lo niega tres veces: Jesús lo nombra Jefe de su Iglesia.
Oh Jesús, nos asombramos de ver que no hayan comprendido de golpe la magnitud y la profundi­dad de tu Misericordia los que tuvieron el privi­legio de ser los testigos de ella. ¿Pero acaso no estamos renovando esas ciegas resistencias, cuan­do dudamos de esa Misericordia y de esa Bondad del Padre que Tú viniste a manifestar?

II. La misericordia del Padre

El amor de Jesús por todas las debilidades humanas no era sino la manifestación del amor misericordioso del Padre para con la humanidad. Durante su existencia terrenal, Jesús ocultó los divinos atributos que Él poseía en común, como Verbo, con su Padre: su Majestad, su Justicia, su Omnipotencia. Pero hay un atributo del Padre que vino, por el contrario, a manifestar muy par­ticularmente: el Amor Misericordioso. Para eso se encarnó: "Debió hacerse semejante en todo a sus hermanos para poder ser misericordioso.”
La Encarnación es la prueba más conmovedora de esa Misericordia. El infinito se une a lo finito, Dios a la naturaleza humana, para ser uno de los nuestros, para compadecer a nuestras miserias.
Hay dos elementos en la Misericordia: uno afectivo: una compasión sensible que se experi­menta a la vista de los sufrimientos ajenos; otro efectivo: una voluntad bienhechora que se tras­lada a socorrer esa miseria y se esfuerza en curarla, y es este segundo movimiento de la voluntad lo que constituye esencialmente la misericordia.
El Padre que está en los cielos no puede evi­dentemente experimentar una compasión sensible acompañada de tristeza. Pero la voluntad de cu­rar efectivamente nuestra miseria, es todo Él; es lo propio del Padre. Así también se inclina con amor sobre la miseria de sus hijos, cuando se ma­nifiestan conscientes de esa miseria, como si ella lo atrajese irresistiblemente.
Oh Jesús, bendito seas Tú por habernos mani­festado en todos tus actos la Misericordia del Pa­dre. Tus perdones son los suyos. Para hacérnosla comprender mejor, has querido sentir en tu cora­zón de carne los sufrimientos y tristezas de nues­tras miserias humanas.

Mons. Emile Guerry, “Hacia el Padre”.