jueves, 23 de junio de 2016

FRANCISCO: “JESÚS HACE UN POCO EL TONTO…”




NOTA PREVIA DE SYLLABUS:
Artículos como el que presentamos debajo, a pesar de estar escritos por algunos padecientes de “benedictodieciseiscitis” o “juanpablosegundosis”, sirven para ver muy a las claras cómo los escándalos, blasfemias, sagrilegios y herejías de Francisco hacen alzar las voces a quienes aun con sus equivocaciones desean el bien de la Iglesia y ante lo que advierten no pueden sostener más un silencio que sería culpable. De este modo, cuando según Antonio Socci lo que hace Bergoglio “desde el punto de vista católico es devastador, es una especie de flagelo que ha caído sobre la Iglesia con el riesgo de demolerla”, más contrasta con esta posición el afán acuerdista de Mons. Fellay y la Neo-FSSPX, que no deja pasar oportunidad para exculpar o alabar a Francisco, diciendo por ejemplo que Francisco “se preocupa por la salvación de los fieles”, y por eso dio jurisdicción para las confesiones de la FSSPX. Si se preocupa por la salvación de los fieles o no, lo cierto es que lo que hace habla a las claras que está haciendo todo lo que está de su parte para acabar con la fe católica y por lo tanto impedir esa proclamada salvación. De hecho la confesión misma que hace Mons. Fellay en su última entrevista de que a Francisco no le preocupa la doctrina, es decir, le resulta indiferente la verdad, no puede sino ir contra sus supuestas buenas intenciones. Aunque están cada vez más claras sus maniobras y ardides astutos para destruir todo lo que es católico. Si no hay intencionalidad, pues le están saliendo muy bien las cosas en los pequeños y subrepticios pasos que toma. Pero esto es algo que no puede ya decirse dentro de la Neo-FSSPX. Y del mismo modo que el tímido obispo conservador Mons. Schneider describe la dictadura en que se ha transformado la estructura oficial de la Iglesia bajo Bergoglio, al decir que “cuando, en una Iglesia, llegamos al punto en el que los fieles, sacerdotes y obispos tienen miedo de decir algo, como en una dictadura, esta no es la Iglesia”, así en la Neo-Fraternidad ocurre otro tanto. Y eso se va imponiendo por el lavado cerebral operado sobre los fieles. Sin ir más lejos, ayer mismo nos escribía a nuestro blog un acuerdista que en vez de criticar a Mons. Fellay criticaba a Mons. Lefebvre, pues según ese señor –molesto con nosotros, desde luego- Mons. Lefebvre habría estado decrépito en sus últimos años y por eso rompió con Roma, trayendo además el consabido argumento de que la Fraternidad “fue una obra suscitada por Dios (aún cuando no es la Iglesia misma) y sin duda que puede prestarle luces más allá de los eventuales defectos de juicio que como cualquier hombre pueda tener el fundador” por eso si “hasta de Caifás se valió Dios para cumplir su misión” hay que aceptar la regularización de Francisco porque no pide nada contra la fe (¡qué bueno es Francisco, cómo ama la Tradición!, ¿verdad?). Y dejando de lado la doctrina (¡al igual que Francisco!, de eso no se habla) dice el fellecista que “La unidad, en la causa que sea, es muy importante”. Para finalizar con un mensaje que pinta de cuerpo entero a estos liberales que están destrozando la FSSPX: “gracias a Dios nos estamos librando de ustedes”. Es decir, están sacando a los resistentes contra el acuerdismo suicida, para poder al fin ser parte del contubernio con la depravación modernista que azota desde Roma todo lo que queda de católico. La FSSPX parece estar viviendo sus últimos días, antes de la muerte tanto tiempo anunciada a manos de los que, como Judas, parecen ser amigos del misericordioso Francisco.


El Papa Francisco: “Jesús hace un poco el tonto…”. Esta y otras inauditas y gravísimas “expresiones” pronunciadas el pasado jueves.


Es clamoroso -para un papa- confundir al diablo (de doble cara) con Jesús. Ha sucedido el jueves cuando Bergoglio ha evocado erróneamente un capitel de la catedral de Vézelay: un “cambio de personas” emblemático de este pontificado, aunque debido probablemente a algún escritor fantasma superficial.

Es sin embargo de su cosecha confundirlos (a Jesús y al diablo) incluso para mostrar que Judas se haya salvado (sin haberse arrepentido) dando a entender así que ni siquiera él ha terminado en el infierno…

No se sabe si este papa cree en el infierno, pero -oyéndole- parece que sólo vayan a él los que son contrarios a la inmigración en masa, los que usan aires acondicionados o vasos de plástico y los cristianos que siguen el Evangelio al pie de la letra.

En todo caso en el mismo discurso del jueves por la tarde en el Encuentro eclesial de Roma, Bergoglio no se ha limitado a tales barbaridades sobre el capitel de Vezélay.


Él -de su cosecha- incluso ha anillado una serie increíble de otras “perlas” al límite de la blasfemia: Jesús, que en el episodio de la adúltera “hace un poco el tonto” (expresión inaudita que la web vaticana ha cambiado por “se hace un poco el tonto”, pero ahí está la grabación…) y después Jesús, que -en el mismo episodio en el que la mujer ha sido salvada de la lapidación- “ha faltado a la moral” (“ha mancato verso la morale”, textualmente). Además Jesús, que no era un “limpio” (“pulito”, ha utilizado precisamente esta expresión) dando a entender no se sabe qué (mejor no preguntárselo siquiera).

Finalmente Bergoglio ha afirmado incluso que “una gran mayoría de nuestros matrimonios sacramentales son nulos” (obligando al padre Lombardi a explicar después que, en la web vaticana, ha sido corregido el texto por: “una parte de nuestros matrimonios”).

Y siempre el mismo obispo de Roma -para completar la actuación- ha añadido a esta temeraria y devastadora afirmación que, por el contrario, tantas “cohabitaciones” son “matrimonios verdaderos” (legitimando así, de hecho, las cohabitaciones, tras haber deslegitimado matrimonios sacramentales sólidos y verdaderos).

Naturalmente lo que para la opinión pública laica es solamente curioso e incluso divertido como un espectáculo de desguace, desde el punto de vista católico es devastador, es una especie de flagelo que ha caído sobre la Iglesia con el riesgo de demolerla.

MÁS ALLA DEL LIMITE

Tanto es así que Robert Spaemann, uno de los más grandes filósofos y teólogos católicos, amigo personal de Benedicto XVI, ha vuelto a tronar el viernes en “Die Tagespost” con un artículo con el título elocuente: “También en la Iglesia hay un límite de soportabilidad”.

Refiero una frase suya:

“algunas afirmaciones del Santo Padre se encuentran en clara contradicción con las palabras de Jesús, con las palabras de los apóstoles y con la doctrina tradicional de la Iglesia… Si entre tanto el prefecto de la congregación para la doctrina de la fe (Card. Müller) se ha visto obligado a acusar abiertamente de herejía al más estrecho consejero y escritor en la sombra del papa, quiere decir que la situación ha ido verdaderamente demasiado lejos. También en la Iglesia católica romana hay un límite de soportabilidad”.

Spaemann ha criticado también la habitual ambigüedad de Bergoglio especialmente en ciertos temas, tratados en Amoris laetitia, donde -para no no ser cogido en herejía manifiesta- dice y no dice, alude, pero no se expone, lanza la piedra y esconde la mano.

He aquí pues las palabras de Spaemann:

“Al papa Francisco no le gusta la claridad unívoca. Cuando, hace poco tiempo, ha declarado que el cristianismo no conoce ningún ‘aut aut’, evidentemente no le molesta en efecto que Cristo diga: ‘Vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo demás viene del maligno’ (Mt 5,37). Las cartas del apóstol Pablo están llenas de ‘aut aut’. Y finalmente: ‘¡Quien no está conmigo, está contra mí!’ (Mt 12,30).

Spaemann había intervenido ya el pasado 28 de abril contra la Amoris laetitia de Bergoglio, explicando que hay “frases decisivas, que cambian de manera sustancial la enseñanza de la Iglesia”, “que se trate de una ruptura es algo que resulta evidente a cualquier persona capaz de pensar que lea los textos en cuestión… Si el papa no está dispuesto a introducir correcciones, tocará al pontificado sucesivo volver a poner las cosas en su sitio oficialmente”.

Otro importante filósofo católico, Josef Seifert, colaborador de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, ha intervenido recientemente con críticas durísimas, que ha motivado de esta manera:

“el papa no es infalible si no habla ex cathedra. Varios papas (como Formoso y Honorio I) fueron condenados por herejía. Y es nuestro santo deber -por amor y por misericordia a tantas almas- criticar a nuestros obispos e incluso a nuestro querido papa, si se desvían de la verdad y si sus errores dañan a la Iglesia y a las almas”.

Además de las barbaridades del magisterio bergogliano se añaden sus decisiones en el gobierno de la Iglesia de sabor sudamericano.

DICTADURA

Por ejemplo, Bergoglio ha tomado una serie de medidas que sustraen prerrogativas a los obispos y los someten a una especie de espada de Damocles discrecional, con el riesgo de destitución en el caso de que no se adecuen al verbo bergogliano.

En efecto, después de los dos Sínodos, en los que la oposición de obispos y cardinales a la “revolución” bergogliana ha sido vasta y decidida, ahora en el mundo eclesiástico todos callan aterrorizados.

Tanto es así que Mons. Athanasius Schneider, obispo de Kazajistán (donde recuerdan bien lo que es una tiranía), ha declarado:

“cuando, en una Iglesia, llegamos al punto en el que los fieles, sacerdotes y obispos tienen miedo de decir algo, como en una dictadura, esta no es la Iglesia”.

Sin embargo, entre los católicos laicos hay cada vez mayor número de voces de desconcierto que se alzan. Sobre todo en los Estados Unidos.

Ayer, por ejemplo, Phil Lawler, en “Catholic Culture”, comentando el discurso papal del jueves, ha publicado un duro comentario titulado: “El daño (otra vez más) de las declaraciones del papa sobre el matrimonio”, donde pone a la luz también otras “perlas” de aquella intervención.

PERSECUCIÓN

Impresiona, por lo que se refiere a las cuestiones pastorales, la insensibilidad de este papado hacia la tragedia de los cristianos perseguidos y por contra su condescendencia hacia regímenes discutibles e incluso hacia dictaduras inhumanas, que continúan persiguiendo y encarcelando a los cristianos. El caso más evidente -junto al de los regímenes islámicos- es el de China.

Ya había dado escándalo la entrevista de Bergoglio el pasado 2 de febrero en “Asia Times”, en la cual había callado completamente sobre los enormes problemas de derechos humanos y de libertad religiosa que tiene China (donde están todavía en  los lager obispos como Mons. Su Zhimin). Pero en aquella entrevista, dirigido a los tiranos comunistas de Pekín, Bergoglio había pronunciado “palabras desmesuradamente absolutorias sobre el pasado, presente y futuro de China” olvidando “los millones y millones de víctimas que el papa no nombra nunca, ni siquiera veladamente” (Magister).

“Lo que desconcierta a muchos católicos chinos” escribe Sandro Magister “es el silencio que las autoridades vaticanas mantienen sobre los obispos privados de libertad”.

En los últimos días además ha producido un clamor el caso del obispo de Shangai Ma Daquin, que -después de cuatro años de arresto domiciliario- ha firmado una autoacusación, de aquellas típicas de los tiempos estalinianos o de la revolución cultural maoísta, en la cual sostiene haberse equivocado y hace apología de la Asociación patriótica que es la Iglesia del régimen de la China comunista. La práctica de la autoacusación ha vuelto a estar de moda en China.

Pero hay más. El padre Bernardo Cervellera, uno de los más informados conocedores de la Iglesia de China, en su web “Asia news” (aunque es bergogliano) por amor a la verdad ha tenido que afirmar: “Un obispo chino teme que alguien en el Vaticano haya pilotado la ‘confesión’ de Ma Daqin para agradar al gobierno chino”.

Lo cierto es que millones de cristianos chinos, que heroicamente viven su fe bajo la persecución, han quedado defraudados, confundidos y dolidos por este cambio de actitud. Pero también por aquello en lo que se ha convertido Roma en los últimos tres años.

Una Roma donde se oyen resonar palabras inauditas hacia el Hijo de Dios como las pronunciadas el pasado Jueves en la Basílica de San Juan de Letrán por Jorge Mario Bergoglio.

Antonio Socci


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