viernes, 10 de junio de 2016

DOMINICOS DE AVRILLÉ: LA CUESTIÓN CANDENTE Y EL PRECIO A PAGAR







EDITORIAL
La cuestión candente y el precio a pagar

Nuestro Señor Jesucristo

Pilato le preguntó a Jesús: “¿Tú eres Rey?” Y Nuestro Señor respondió: “Tú lo has dicho, Yo soy Rey. Para eso nací, para eso vine al mundo: para dar testimonio de la Verdad” (Juan 18, 37) El precio a pagar por haber respondido a esta cuestión candente confesando que Él era Rey, fue para Nuestro Señor los suplicios de Su Pasión.

Tras Él, todos los cristianos, miembros de su Cuerpo Místico, también deben confesar la verdad respondiendo a la cuestión candente, y para eso estar dispuestos a pagar el precio.

Monseñor Lefebvre

Mons. Lefebvre, a quien Dios llamó hace veinticinco años (25 de marzo de 1991), él también debió pagar el alto precio por haber dado testimonio de la verdad.

Él, que tanto merecía de la Iglesia por su obra misionera, fue condenado dos veces por la jerarquía, y él está muerto oficialmente “excomulgado”. Todo esto porque, como sabemos, él respondió a la pregunta:

¿Podemos aceptar el concilio Vaticano II y el destronamiento de Nuestro Señor Jesucristo por las autoridades romanas?

Joseph Fadelle

El precio a pagar, es el título del libro en el cual Joseph Fadelle (Mohammed al-Sayyid al-Moussaoui) relata su conversión al cristianismo y las pruebas increíbles que debió sufrir antes de llegar al bautismo[1].

Todo cristiano debería haber leído este libro para comprender cómo el demonio mantiene prisioneros en el error a cientos de millones de musulmanes, y las dificultades humanamente insuperables a que se enfrentan si quieren pasar del reino de la oscuridad al de la luz.

Pero Joseph Fadelle aún no termina de pagar el precio. Pues, ahora que conoce la verdad, él quiere compartirla a sus antiguos correligionarios.

Principalmente, él responde a la pregunta: ¿Se puede tolerar al islam o es necesario combatirlo buscando convertir a los musulmanes?

Esto le suscita muchas dificultades, no solamente con los musulmanes, lo que es comprensible, sino también con las autoridades de la iglesia conciliar que ya no quieren hacer misión hacia el islam: ecumenismo y diálogo interreligioso obligan.

La cuestión candente

En cada época, hay una cuestión candente, a la cual los amigos de Nuestro Señor Jesucristo deben responder pagando el precio:


Los Apóstoles, al salir del Cenáculo el día de Pentecostés, no se pararon en pelillos para echar en rostro a los príncipes y magistrados de Jerusalén el asesinato jurídico del Salvador. Y les costó azotes por de pronto, y luego la muerte, el haber tocado esa por aquellos días tan candente cuestión.

Desde entonces a cada héroe de nuestro glorioso ejército ha hecho famosa la respectiva cuestión candente que le cupo en suerte dilucidar: la cuestión candente, la del día, no la fiambre y rezagada que perdió ya su interés, no la futura y nonnata que está aún en los secretos del porvenir[2].

La cuestión para Nuestro Señor era su realeza, para Joseph Fadelle, la conversión de los musulmanes al cristianismo, para Mons. Lefebvre, el rechazo de las novedades conciliares.

¿Y hoy, en 2016?

La cuestión es la de la "normalización" de las obras de la Tradición: ¿Hay que pedir y recibir una situación canónica legal de la Roma conciliar?

Después del fracaso de las negociaciones emprendidas entre Mons. Lefebvre y Roma en 1987 y 1988, las obras de la Tradición han continuado desarrollándose al margen de las estructuras oficiales de la Iglesia conciliar. Luego, a partir del año 2000, las negociaciones fueron retomadas entre Roma y las autoridades de la FSSPX en vista de un reconocimiento canónico.

Nosotros ya respondimos a esta cuestión en Le Sel de la terre 88 (primavera 2014, pág. 138) y Le Sel de la terre 89, (verano de 2014, pág. 215): tal reconocimiento no debe ser aceptado en tanto las autoridades romanas estén sometidas todavía a los errores del concilio.

Ésta era la posición de Mons. Lefebvre a partir de mayo de 1988 hasta su muerte, esta fue la posición defendida oficialmente por la FSSPX hasta el 2011.

Hoy en día, la cuestión sigue siendo candente, y los que respondan a ella con fidelidad, deben esperarse pagar el precio.

¿Qué es lo que está en juego en esta cuestión?

¿Vale la pena? ¿No podemos aceptar este reconocimiento que se nos ofrece desde el momento que nosotros no renegamos de nuestra posición?

Supongamos un instante -aunque imposible- que las autoridades romanas no pidan ningún compromiso doctrinal: ni aceptar el concilio, ni reconocer la legitimidad de la nueva misa, ni siquiera .lo que sería todavía más asombroso-el someterse al nuevo Código de Derecho canónico.

En este caso, ¿no podemos aceptar este reconocimiento?

Respondemos aquí brevemente[3] citando una parte de la conclusión del gran sermón público de Mons. Lefebvre, de fecha 29 de noviembre de 1989 en Bourget, con ocasión del 60 aniversario de su sacerdocio:

Sabemos muy bien que la finalidad de las sectas secretas, es un gobierno mundial con ideales masónicos, es decir, los derechos del hombre, es decir la igualdad, la fraternidad y la libertad, comprendidas en sentido anticristiano, contra Nuestro Señor. Estos ideales serán defendidos por este gobierno mundial que establecerá una especie de socialismo para todos los países y luego un congreso de religiones, comprendiendo todas las religiones, comprendida la religión católica, que estará al servicio del gobierno mundialcomo los ortodoxos rusos están al servicio del gobierno de los Soviets. Habrá dos congresos: el congreso político universal que dirigirá al mundo y este congreso de religiones que vendrá en ayuda de este gobierno mundial, y que evidentemente estará a sueldo de este gobierno[4].

Cada vez es más claro que el Vaticano le hace actualmente el juego al mundialismo, especialmente por medio del ecumenismo, del diálogo interreligioso y del apoyo dado a la llegada de musulmanes a Europa.

Ponerse bajo la autoridad directa y ordinaria del Vaticano actual, es ponerse, volens nolens, al servicio de este mundialismo.

Como en toda « democracia » moderna, el Vaticano aceptará una cierta impugnación -¿no ha aceptado el papa el verse cuestionado por ciertos cardenales sobre sus posiciones relativas a la moral?[5]- Pero a condición de que los impugnantes le estén sometidos al nivel de la jurisdicción: utilizando este poder, le será fácil, en algunos años, destruir toda oposición seria.

Es por eso que, en esta cuestión candente, hay que estar dispuestos a pagar el precio para conservar nuestra libertad, que no es otra que la libertad de la Iglesia respecto a la Contra-Iglesia: “Lo que Dios ama más en el mundo es la libertad de su Iglesia. Él no quiere una sirvienta por esposa[6]






[1] Joseph FADELLE, Le Prix à payer, Pocket, 2012. Ver la recensión de esta obra en Le Sel de la terre76, primavera 2011, p. 185-193.

[2] SARDÁ Y SALVANY Don Félix, El Liberalismo es un pecado, pág. 3

[3] Ver una respuesta más completa en el artículo “¿Normalización”?

[4] Sermón de Mons. Lefebvre en Bourget, el 29 de noviembre de 1989. Monseñor Lefebvre también advertía contra la invasión del islam: “Ustedes lo saben, los acontecimientos, la invasión de las religiones en nuestros países y más particularmente del islam, invasión no solamente en Francia, invasión en Inglaterra, invasión en Bélgica, invasión en Alemana. Ustedes saben que hace dos años, 100,000 turcos desfilaron en las calles de Munich gritando slogans contra Alemania y contra el cristianismo. ¡100,000 turcos desfilaron en las calles de Munich! He aquí los hechos sintomáticos. A esto estamos condenados si nuestros gobiernos no tienen cuidado y dejan que la Cristiandad sea invadida por el islam. No fue por nada que San Pio V y los otros papas quisieron detener la marea del islam que ya hubiera hecho desaparecer la cristiandad antes”.

[5] La Revolución necesita una oposición para progresar, pues ella es esencialmente dialéctica (tesis, antítesis, síntesis). Si es necesario, ella misma suscita la antítesis si hace falta.

[6] « Nihil magis diligit Deus in hoc mundo quam libertatem Ecclesiæ suæ […] Liberam vult esse Deus sponsam suam, non ancillam » San Anselmo, Ep. IV, 9, PL 159, 206 (carta dirigida al rey Balduino de Jerusalén, hacia 1102). Esta cita es frecuentemente empleada mal por los liberales : San Anselmo reclama evidentemente la libertad para la Iglesia que enseña la verdad, no la libertad de difundir el error.