domingo, 22 de mayo de 2016

DISCERNIMIENTO DEL BIEN Y EL MAL





El bien y el mal, nada es más conocido que estos dos términos. Y, con todo, es bastante raro saber atribuir el vocablo bien a lo que es verdaderamente un bien, y la palabra mal a lo que es verdaderamente mal. La Sagrada Escritura nos enseña que hay hombres que, en esta materia cometen la más extraña y la­mentable confusión:

“¡Ay de vosotros los que al mal llamáis bien y al bien, mal; que de la luz hacéis tinieblas y de las tinieblas luz, y tenéis lo amargo por dulce y lo dulce por amargo”. (Is. 5,20)

Es raro que se llegue hasta esos extremos, pero cuán a menudo se vacila en llamar al bien por su nombre, al mal por su nombre. Se teme, porque no se sabe bastante, o por­que aun sabiéndolo uno no se atreve a con­fesar sus convicciones y rendir tributo a la verdad.

De ello resulta que el alma que no tuvo la fuerza de rendir testimonio del bien, pierde algo del conocimiento mismo del bien: por­que es una ley de la justicia divina que el espíritu paga las flaquezas de la voluntad. Estas flaquezas son el fruto ordinario de las desgraciadas concupiscencias y Dios las casti­ga dejando que un comienzo de ceguera se di­funda en las almas, justo castigo de nuestras flaquezas y de nuestras cobardías.

Con el fin de que la voluntad sea más fuer­temente llevada a adherirse al bien y a rechazar el mal es de suma importancia saber con toda claridad discernir dónde está el bien y dónde está el mal.



Padre Emmanuel, Las dos ciudades, Editorial Iction, Bs. As., 1980.