martes, 16 de septiembre de 2014

CASTELLANI, MACBETH Y LA NEO-FSSPX





“Me hace acordar lo que dijo el Nuncio Zanín a un amigo mío que si yo me declaraba culpable (de lo que no había hecho) me perdonaría. De modo que tenía que cometer otro pecado (mentir) para obtener perdón. Esta situación ridícula (aunque trágica para mí en aquellos tiempos) puse en solfa en el N° de Abril (“CATECISMO”) aludiendo humorísticamente a que para librarse de castigos injustos, un inocente tenía que perpetrar un pecado, mentir. Evidentemente a un inocente no se le puede “perdonar”; pero se puede (y debe) averiguar si lo es, Almenos escuchándolo; y en ese caso, hacerle justicia e incluso reparación.
No me doy por inocente, sino por pecador; pero no de aquello que me achacaban al rumbo.”

P. Castellani, Periscopio, 11 IV 69, Jauja N° 30, Junio 1969.


El Padre Castellani nos hace recordar con sus palabras, inevitablemente, el famoso “acto de misericordia” de Benedicto XVI hacia los obispos de la FSSPX cuando el “levantamiento de las excomuniones” inexistentes, que la FSSPX aceptó para “librarse de castigos injustos” como dice Castellani, cubriendo la aceptación de la mentira con la excusa de la “caridad” para llegar con su obra de apostolado a una mayor cantidad de gente.

Esa situación ridícula que involucró con distinto grado de responsabilidad a las autoridades y los miembros que consintieron por entonces en la Fraternidad, nos lleva a pensar en un ensayo de Chesterton que con su habitual lucidez indaga en el tema central de una tragedia. Nos estamos refiriendo a “Los Macbeth”. “La base de toda tragedia –dice allí el maestro inglés- es que el hombre vive una vida coherente y continua”. Pero Macbeth tiene una gran idea que lo hundirá y que Shakespeare plasma de maravilla, este hecho que Chesterton sintetiza así: “No se puede realizar una cosa descabellada para gozar después de un estado de razón”. Y así como “la loca resolución de Macbeth no es un remedio”, el “perdón” obtenido sin la verdad y sin justicia ni reparación por la Fraternidad no ha hecho más que abrirle la puerta a un estado de incoherencia, sinrazón y convulsiones que han acabado con la “normalidad” de la congregación, dividiéndola y llevándola a perder su identidad inicial. Y de un modo u otro todos los que han sido partícipes de tal decisión descabellada participan de sus nefastas consecuencias (estén hoy dentro o fuera de la FSSPX), hasta tanto no se repare el daño de tal acción, y se asuma plenamente tal acto como lo que fue. Pero desde luego que ese sinceramiento significaría para las actuales autoridades tener que dar un paso al costado y volver a desandar el camino, cosa que a todas luces no se quiere ni puede hacer pues “si usted toma una decisión morbosa, no conseguirá otra cosa que volverse más morboso; si comete algún acto ilegal, el único resultado que obtendrá será meterse en una atmósfera mucho más sofocante que la de la ley” (Chesterton). De manera que un acto tras otro trajo la limitación de la FSSPX en esa atmósfera sofocante del liberalismo, realizando actos injustos, despóticos e ilegítimos, como consecuencia de toda una serie de medidas aberrantes que caracterizan esta su tragedia, llegando incluso a usar a la Santísima Virgen con las “cruzadas de rosarios” para justificar sus trapisondas.

Tragedia que sin embargo no parece tener como protagonista destacado una figura de la talla heroica de Macbeth, derrotado por el fatalismo supersticioso, sino, como corresponde a estos tiempos vacuos de liberalismo y corrección política, a una figura que busca consenso mediante sonrisas diplomáticas y maniobras nimbadas de “santidad”, pregonadas por una empresa de “branding”. Sólo un acto público de contrición podría detener el castigo que se ha cernido desde el Cielo por tan grave infidelidad.