lunes, 30 de junio de 2014

CARTA DE LOS DOMINICOS DE AVRILLÉ N° 70 (EDICIÓN FRANCESA).- JUNIO-JULIO 2014




FUENTE
(Extracto)

AMAR Y DEFENDER LA VERDAD

SI NOSOTROS AMAMOS LA VERDAD, y queremos defenderla, hay que colocarnos resueltamente en el « campo de la verdad » del cual Nuestro Señor Jesucristo es el Rey.
Yo soy Rey: Para eso nací y para eso vine al mundo: para dar testimonio de la Verdad. Quien es de la verdad escucha mi voz (Juan 18,37)
« Ser de la verdad » significa por principio conocer la verdad, estudiarla e incluso contemplarla. Si nuestros contemporáneos tienen tan poco amor de la verdad, es que ellos no la conocen. Ellos han aprendido en los bancos de las escuelas una gran cantidad de mentiras en los dominios científico (darwinismo), histórico (denigración de nuestro pensamiento cristiano y exaltación de la revolución), sobre todo filosófico, moral y religioso. Se les ha abrevado con conocimientos secundarios que no desarrollan el espíritu; les han cerrado el acceso a lo bello (“el resplandor de lo verdadero”) que se encuentra sobre todo en las letras clásicas (francesas, pero también latinas y griegas) y en el arte cristiano.
Lo queramos o no, todos nosotros estamos más o menos marcados por esta ignorancia abisal de nuestros contemporáneos. De allí la importancia de una verdadera vida de estudio, de la participación en círculos o en actividades que nos formen en profundidad.
Esto demanda sacrificios: una organización metódica de su tiempo; evitar las pérdidas de tiempo, notablemente con los medios modernos de comunicación que no forman el espíritu (internet, televisión, móviles, revistas, periódicos…) y nos impiden trabajar.
Esto demanda también reconocer humildemente nuestra ignorancia, saber tomar consejo de personas más competentes que nosotros. La verdad se recibe, ella no surge de las profundidades de nuestro subconsciente; y para recibirla, hay que ser dócil.
También hay que probar nuestro amor a la verdad odiando al error, como lo subraya a justo título Ernest Hello:
 “Quienquiera que ama la verdad aborrece el error y este aborrecimiento del error es la piedra de toque mediante la cual se reconoce el amor a la verdad. Si no amáis la verdad, podréis decir que la amáis e incluso hacerlo creer a los demás; pero estad seguros que, en ese caso, careceréis de horror a lo que es falso, y por ésta señal se reconocerá que no amáis la verdad” [Ernest Hello, L’Homme, Perrin, 1941, p. 214.]
En particular, es importante examinarse sobre la práctica del 8vo mandamiento (no mentirás): no aceptemos jamás la mínima mentira, el mínimo equívoco calculado, sobre todo en el dominio de la fe. El Papa Honorius fue condenado severamente por un concilio y por sus sucesores por haber escrito una carta ambigua al patriarca de Constantinopla que favorecía la herejía.
Soljenitsyne dijo que la primera resistencia al comunismo era el no aceptar jamás colaborar con la mentira:
Es aquí justamente que se encuentra la clave, la que más descuidamos, la clave más simple, la más accesible para acceder a nuestra liberación: ¡no participemos en la mentira! La mentira puede cubrir todo, puede reinar sobre todo, es en el nivel más bajo que nosotros resistiremos: que ellos reinen y dominen, ¡pero sin mi colaboración! “Una palabra de verdad pesa más que el mundo entero”. » [Alexandre SOLJENITSYNE, extractos de un ensayo titulado: « « No viva con la mentira » y del discurso del premio Nobel (1972)]
Huyamos de los medios de comunicación, que son el reino de la mentira, aunque sea por omisión, pues no hablan jamás de Dios; y si lo hacen, es para meterlo en los diversos hechos o para mentir abundantemente haciendo creer que todas las religiones honran a Dios.
Finalmente hay que practicar la caridad de la verdad.
La verdad es el primer bien del hombre, es ella que nos hace libres (« Veritas liberabit vos, la Verdad os hará libres” Juan, 8, 32), es la fe (la verdad sobre Dios) que nos da la vida sobrenatural (“El justo vive de la fe” Hechos 10, 38).
Si verdaderamente amamos a nuestro prójimo, debemos querer conducirle a la verdad. Esta caridad de la verdad ha llevado a los cristianos, especialmente a los misioneros, a las acciones más heroicas en los siglos de cristiandad. Hoy, desgraciadamente, la caridad se ha enfriado y ya no nos atrevemos a dar testimonio de la verdad como Nuestro Señor “que vino al mundo para dar testimonio de la verdad” (Juan 18, 37).
Reencontremos el celo de nuestros antepasados, alistémonos resueltamente en el “partido de la verdad”, estudiémosla para ser capaces de dar cuenta de ella, luego confesémosla sin temor: esto será nuestra salvación y la de quienes nos escuchen.
Hoy más que nunca, que se comprenda bien, la sociedad necesita doctrinas fuertes y consecuentes consigo mismas. En medio de la disolución general de las ideas, solamente el aserto, un aserto firme, denso, sin mezcla, podrá hacerse aceptar. […] Hay una gracia agregada a la confesión plena y entera de la Fe. Esta confesión, nos dice el Apóstol, es la salvación de quienes la hacen y la experiencia demuestra que es también la salvación de quienes la escuchan. Seamos católicos y nada más que católicos. [Dom GUÉRANGER, el Sentido cristiano de la historia].

La guerra del error contra la Verdad.


La Tierra, se dice, no podría subsistir sin el combate eterno de los elementos; la navegación sería imposible sin el regreso y la lucha de los vientos opuestos; lo que hace la salud del cuerpo, es la combinación de los diferentes humores; y lo que impide a una sociedad enervarse y disolverse, son las pruebas a las cuales la somete la guerra de vez en cuando.
Jesucristo parece haber adoptado este principio para su Iglesia, declarando que es necesario que haya escándalos, cuidando de tal modo las circunstancias que, desde hace dieciocho siglos, la Iglesia no ha pasado ni un solo día sin una prueba. Es la guerra del error contra la verdad, de las pasiones contra la virtud, de la ciudad del diablo contra la ciudad de los hijos de Dios: Guerra encarnizada que comenzó en el cielo entre Lucifer y San Miguel, guerra que se reanimó en las puertas del paraíso terrestre entre Caín y Abel, que se señaló por un atentado deicida en el Calvario, y que no terminará hasta que el Anticristo degolle al último de los mártires.
¿Cuál será entonces la recompensa del que se comprometa a glorificar a Dios por el combate de los vicios y los errores? La recompensa de Jesucristo, la recompensa de los Apóstoles, la recompensa de la Iglesia.
(Padre Benoît VALUY S.J., El Gobierno de las comunidades religiosas, Paris, 1913).

Necesidad de estudiar el liberalismo

El 22 de septiembre de 1988, durante una conferencia en un retiro, Monseñor Lefebvre compartía su asombro ante el “número de encíclicas sobre la masonería”:
¿Por qué ir a hablar de estas cosas en el seminario, como si esto fuera lo que se necesitara saber en el seminario, como si fuera esto lo que se debe enseñar a los fieles? Pero si no conocen la fuente de los errores, de lo que destruye las sociedades, las almas y la Iglesia, seríamos pastores incapaces… Es una necesidad absoluta estudiar el liberalismo y comprenderlo bien, y creo que muchos de los que nos han dejado para unirse a Roma, aparentemente, no comprendieron lo que es el liberalismo y cómo las autoridades romanas, desde el concilio, están infestadas de estos errores. Si hubieran comprendido, ellos hubieran huido y se hubieran quedado con nosotros. Es grave, pues al acercarse a estas autoridades, se contaminan forzosamente. Ellos son las autoridades, y nosotros los inferiores. Ellos nos imponen sus principios; mientras ellos no se deshagan de estos errores del liberalismo, no hay manera de entenderse con ellos, no es posible.

            

« Yo no sirvo a la Roma controlada por los masones que son los agentes de Lucifer, el príncipe de los demonios”.

Profesión de fe de Monseñor Salvador LAZO, obispo emérito de La Unión en Filipinas, el 24 de mayo de 1998. Monseñor Lazo (1916-2000) se unió a la Tradición en 1995.

Novedades de la Roma ocupada

El 27 de abril, el papa “canonizó” a los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, los dos principales responsables de la crisis en la Iglesia. Estas canonizaciones son ciertamente inválidas a los ojos de la Iglesia católica: son falsos santos puestos en los altares de la iglesia conciliar, la cual cada vez se aleja más de la Iglesia Católica.
El 29 de mayo, el papa, el rabino Skorka y el imán Abu (amigos del papa que lo acompañaron durante todo su viaje a Israel) se abrazan ante el “Muro del Templo” ante los ojos divertidos de los periodistas judíos que calificaron al trío de ¡“santa trinidad”! La continuación tuvo lugar el 8 de junio: en los jardines del Vaticano, el papa, los presidentes judío y palestino “oraron por la paz”; el representante musulmán desechó la oración prevista y pidió, en árabe, a su “Maestro”: “Concédenos la victoria sobre los pueblos infieles”. Dos días más tarde, Mosul caía en manos de los islámicos, masacrando a los cristianos. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que la jerarquía se dé cuenta de la utopía de este ecumenismo conciliar? ¿Hasta cuándo Dios permitirá la infiltración de la jerarquía por las logias y las tras-logias?