jueves, 13 de febrero de 2014

RECOMENDACIONES DE MONSEÑOR LEFEBVRE ANTES DE LAS CONSAGRACIONES




Extracto del artículo publicado en Le Sel de la Terre N° 28. Textos resaltados en el artículo original.

Dos semanas antes de las consagraciones del 30 de junio de 1988, Monseñor Lefebvre invitó a los cuatro sacerdotes que serían consagrados para los preparativos de la ceremonia. En el curso de dos o tres días que ellos pasaron en el seminario, Monseñor Lefebvre les dio dos discursos privados en la pequeña habitación del seminario junto a la suya, que es ahora el oratorio San Marcelo. A partir de las notas tomadas mientras hablaba con su habitual calma y su dulzura, podemos reconstruir aproximadamente lo que les dijo. Esto es de un gran interés; estas palabras revelan el estado de espíritu en el cual este gigante de la historia de la Iglesia realizó este acto que fue, para la Tradición católica, su paso decisivo y para el mismo Monseñor Lefebvre fue como la coronación de su gloriosa carrera al servicio de Nuestro Señor Jesucristo.

† Monseñor Richard Williamson.


12 de junio, Monseñor Lefebvre:

 Se acabó, ya no más conversaciones. Entre más reflexionamos, más nos damos cuenta que las intenciones de Roma no son buenas. La prueba: es lo que pasó con Dom Augustin y el padre de Blignieres (El monasterio benedictino de Don Augustin se adhirió, poco a poco, a la nueva misa a finales de los años 1980; la fundación de los terciarios dominicos del padre Blignieres se pasó del sedevacantismo a la unión con Roma y a la libertad religiosa. Ndlr). Ellos quieren unir todo al concilio, dejándonos solo un poco de Tradición.

M. de Saventhem (en esa época presidente de Una Voce internacional) creía que todavía había manera de entenderse con Roma. Pero aquí no se trata de pequeñas cosas. En Roma, siguen siendo lo que son; no podemos ponernos en las manos de esa gente.


Nos dicen: “Usted tendrá más vocaciones si está usted con Roma…” Pero estas vocaciones, si decimos cualquier cosa contra Roma, se opondrían y apestarían nuestros seminarios. Y los obispos les dirían: “¡Vengan con nosotros!” Muy despacio, la mezcla se haría.

Las hermanas de Saint-Michel-en-Brenne, las dominicas de Fanjeaux y de Brignoles, todas están contra el acuerdo: “No hay que depender de Ratzinger, dicen ellas. ¡Imagínense que él viniera a darnos conferencias!... “y a dividirnos!”.

No queremos dejarnos comer. Es una ilusión de Dom Gérard pensar que un acuerdo nos daría un inmenso apostolado. Sí, pero en un contexto equívoco, ambiguo, que nos pudriría.

¿Y si algunos nos abandonan? No sería más grave que en 1977. Los Padres Blin, Gottlieb y Cie, están ahora unidos a Roma y dispersados. (Monseñor Lefebvre se refiere a los sacerdotes que lo dejaron en 1977; ellos fueron recuperados por las diócesis y ahora dicen la nueva misa). Se necesita una segunda decisión contra la Roma neomodernista (después de la primera, en 1976) ¿Qué quieren hacer?... ¿Es más grave esta vez? El problema de fondo sigue siendo el mismo: Roma quiere destruir la Tradición (…).

El papel de los obispos consagrados: Las ordenaciones, las confirmaciones y mantener la fe (subrayado en las notas originales) Deberán proteger al rebaño.

Roma quiere hacernos cambiar.

Después del 30 de junio, me quedo aquí, habré terminado dándole a la Fraternidad el contexto que necesita. Al papa, le digo: cuando la Tradición regrese a Roma, ya no habrá problema.

¿La excomunión? No valdrá nada, pues ellos no buscan el bien de la Iglesia.

Pero la excomunión les vendrá de perlas. Tienen pánico. Quieren alcanzarme por todos los medios (…) Ellos quieren impedirme actuar. Quisieran enviarme hasta la Madre Teresa de Calcuta. Pero no vale la pena recibirlos. No hay que regresar indefinidamente a lo mismo. No hay más que leer la carta del Padre C. que ha corrompido a nuestros seminaristas alejándolos de nosotros: él nos confiesa que los tratan como parias, que los obligan a dejar la sotana o que ya no los reciben. Descubrió qué es Roma. Esto es lo que quieren hacer de nosotros.  Y Ratzinger, cuando sucedió esto, se alegró de la salida de estos seminaristas.

Entonces, ¿por qué tendrían ahora palabra con nosotros? Dios nos ha protegido haciendo que el acuerdo no se lograra.

13 de junio.

Monseñor Lefebvre: Les agradecemos de parte de la Fraternidad.

En el fondo, Roma jamás responde a la cuestión esencial. Nos piden una declaración, nos obligan a adherirnos a un mínimo de lo que piensan, pero siempre con su fondo liberal y modernista. Mientras que yo, yo siempre pongo sobre el tapete su modernismo.

Los coloquios, aunque corteses, nos han convencido que el momento de un entendimiento aún no llega. Necesitamos una protección contra el espíritu de Asís. Nosotros jamás hemos obtenido respuesta a nuestras objeciones, ¡jamás! Todas las peleas no han servido de nada. Nosotros perseguimos fines diferentes en estos coloquios.

 Nosotros esperamos que la Tradición regrese a Roma; pero ellos no reaccionan.

Uno de nuestros sacerdotes de la Fraternidad me propuso hacer una carta de perdón. Pero respondí que, delante de Dios, somos nosotros los que deberíamos pedirles que pronunciaran el juramento antimodernista y aceptar LamentabiliQuanta Cura. Es a nosotros el cuestionar sobre la fe. Pero ellos no responden, Ellos solo confirman sus errores.

Ellos desean llevar nuestra obra al espíritu conciliar. Si hubiéramos aceptado, estaríamos muertos. No hubiéramos durado un año. Hubiéramos tenido que vivir en contacto con los conciliares, actualmente estamos unidos, pero si hubiéramos dicho que sí, hubiera sido la división en el interior de la Fraternidad, todo nos hubiera dividido.

Nuevas vocaciones vendrían porque estaríamos con Roma, nos dicen. Pero estas vocaciones no soportarían ninguna distancia con Roma, ninguna crítica: ¡Eso sería la división!

Miren: Monseñor Decourtray le ofrece al padre Laffargue una parroquia tradicional, a condición de dejar la Fraternidad… Ellos toman a nuestros fieles, ellos nos conducen al concilio…

Es por eso que nosotros salvamos a la Fraternidad y a la Tradición al alejarnos prudentemente.

Hemos hecho un ensayo limpio; nos preguntamos si podíamos continuar este ensayo estando protegidos: se comprobó que es imposible.

Ellos no han cambiado sino para peor…

Ellos tienen el Sida espiritual. Ellos ya no tienen la gracia, ellos ya no tienen sistema de defensa. NO CREO QUE PODAMOS DECIR QUE ROMA NO HA PERDIDO LA FE.

Los testigos de la fe, los mártires, siempre han tenido que elegir entre la fe y la autoridad. Vivimos el proceso de Juana de Arco, pero en nuestro caso, no sucede de un solo golpe, sino en 20 años.