miércoles, 5 de febrero de 2014

EL DISCURSO DEL ANTICRISTO





La masonería ha sabido difundir masivamente a quienes desde el ámbito de los medios de comunicación y las artes expresan sus ideas. Liberales y revolucionarios han contado con el aparato propagandístico necesario para ubicarse en lugar destacado en las sociedades otrora cristianas. La publicidad mundial, el sistema de premios y la crítica consentida convierte figuras mediocres o apenas hábiles y astutas en genios incomprendidos de la humanidad, en sabios oráculos, en prestigiosos autores o figuras “míticas”. Los premios Nobel o los premios Oscar sirven de consagración para estas “vacas sagradas” de las artes, las ciencias y la política.

Una de esas figuras del espectáculo que no fue más que un mediocre director de cine y en lo actoral solo un diestro mimo, pero elevado hasta los altares del santoral laico, fue Charles Chaplin, corrosivo y alegorista ateo, multimillonario de ideas progresistas y en su vida privada un depravado sexual.

Como otro infame mediocre del cine, Woody Allen (en verdad, Konisberg), siempre celebrado por el establishment tilingo de la progresía, Chaplin era un pedófilo y esa fue la causa por la que se radicó en Suiza, no por cuestiones impositivas o por su izquierdismo político, como siempre se ha querido hacer creer. Uno de sus biógrafos afirma que en 1952 huyó por el miedo a tener que enfrentar a un agente de inmigración católico que lo tenía en la mira por este tema. El miserable envalentonado que abusaba de niñas, se volvía un patético cobarde que ante los hombres se escabullía. Recordemos que este miserable personaje fue candidato al Premio Nobel de la Paz en 1948.

Sobre el misterio de su nacimiento se han trazado varias versiones, hasta fuentes judías afirman que se llamaría Israel Thornstein y habría nacido en Francia y no como Chaplin afirmaba en Londres. Pero no hay ninguna certeza al respecto.

Lo cierto es que mientras en sus películas buscaba la risa inmediata y traficaba con una farsa que buscaba a la vez la lágrima fácil del público con un sentimentalismo burdo y el cuestionamiento de toda autoridad, la exaltación del pobrecito y triste vagabundo Charlot se veía contrastada por su vida privada, terriblemente inmoral y corrupta, ambiciosa en lo económico y subversiva en sus ideas políticas. Su figura resultaba muy redituable para la camarilla que manejaba los hilos publicitarios formadores de opinión en vistas a imponer la visión judeo-masónica del mundo. De allí que fuera el idolatrado y por entonces inobjetable Carlitos quien encarnara en una película el ideario de la nueva visión política que se estaba por imponer tras la segunda guerra mundial. Nadie mejor que este personaje de leyenda, que este “humilde” hombrecito, que esta “suerte de reformador humanista, que salva y redime a los necesitados con sólo mostrarlos desde un ángulo diferente” (como dice un periodista de un sitio web judío), para encarnar la figura de esa especie de salvador del mundo que sería el “gran dictador”.

Para quien no ha visto la tan famosa película, “El gran dictador” del año 1940,  cuenta la historia de un peluquero judío (Chaplin) que tiene el mismo aspecto físico que el dictador de Tomania, Hynkel (el mismo Chaplin interpreta los dos papeles y Hynkel es una parodia de Hitler, hecho esto en unos Estados Unidos que todavía se mantenía neutral en la guerra). Hynkel es un dictador antisemita que termina por encarcelar al peluquero (el cual sale de un hospital donde estuvo internado con amnesia; su número allí era el 33, número masónico). Hynkel sueña con dominar el mundo aliado con otro dictador, Napaloni (parodia de Mussolini), y someterlo a sus principios antidemocráticos. En un momento Hynkel es confundido con el peluquero y puesto en prisión. El peluquero se fuga de un campo de concentración y es confundido con Hynkel.

Finalmente llevado a dar un discurso para iniciar la conquista del mundo, el peluquero judío hace un discurso humanista, y liberador, propone la fraternidad universal y la unión de las almas en base a los ideales democráticos, el progreso de la especie humana, el amor a la Humanidad, llama a pelear por un mundo nuevo y acabar con las barreras nacionales, un mundo en el que reine la Razón, y donde la Ciencia y el Progreso conduzcan a la felicidad de todos los hombres. Un mundo sin el reinado de Cristo pero que es postulado cínicamente citando el mismo Evangelio. ¡Un discurso que tendrá en cuenta el Anticristo cuando aparezca!

El discurso no sólo está interpretado de manera solemne, sino incluso al final una muchacha judía que no tenía esperanzas (la por entonces esposa de Chaplin Paulette Godard, en realidad Pauline Levy) eleva su mirada al cielo venturoso mientras escucha las palabras salvadoras del nuevo “emperador del mundo” y libertador de los judíos, que salido del ghetto, y habiendo suplantado al verdadero dictador por su semejanza, es celebrado por todo el mundo.