viernes, 15 de marzo de 2013

CINEMA PARADISO: IMPRESIONES DESDE BUENOS AIRES





Por un católico tradicionalista argentino perplejo


Suele decirse que cuando el hombre está a punto de morir, una película de recuerdos, de imágenes de su vida entera se le presentan intempestivamente a su imaginación, como columbrando lo que ha hecho con ese don de Dios. El cine más de una vez ha utilizado este recurso, ciertamente un clisé.
Bueno, el miércoles 13 de marzo a las 16.13 hs., a mí, como si se tratara de la muerte de la Iglesia, se me vino a la mente un cúmulo de imágenes hilvanadas en un frenético montaje, como en un videoclip intolerable, provocadas por el tremendo shock de la Noticia. La conmoción, el pasmo, el estupor, me colocaron en esa instancia donde las imágenes valen más que las palabras para explicar o describir una sensación, una intuición, un aire de época que se impuso súbita y anticipadamente a quienes creemos que se acerca el fin. Aires apocalípticos, diríase, con música de farsa. Un grotesco bien porteño, decadente y quejoso como el tango.
Como en la película “Cinema Paradiso”, las imágenes vinieron apretadas en un concierto que si convocaban la emoción, no se trataba precisamente de la nostalgia ni la alegría, sino del horror, el sobresalto y la llegada de oscuros presagios. Como un rayo que cayera sobre la cúpula de San Pedro y partiera el magno templo en mil pedazos, nos parece estar viviendo un sueño interminable, una chusca pesadilla que recién empieza.
Sólo el argentino, sólo el católico tradicionalista argentino puede padecer esta novela increíble cuyo último significado sólo Dios conoce. Quien está lejos no puede imaginar lo que para un resistente significa ver cómo a quien algunos llamaban “Monseñor Panchampla” (personaje de la novela de Castellani “Su Majestad Dulcinea”) se lo ha designado Papa, el Vicario de Cristo, el sucesor de Pedro. O eso parece. ¿Parece? Su imagen nos sugirió no a un religioso revestido de Papa, sino a un señor disfrazado de Papa (hasta me acordé de “Citizen Kane” cuando Orson Welles con mucho maquillaje encima se encuentra en un balcón con un actor que hace las veces de “Papa”, si la memoria no me falla). Nosotros sabemos bien que Bergoglio siempre fue un lobo disfrazado de cordero. ¡Pero ahora es el Pastor universal, el encargado de confirmar en la fe al rebaño de Cristo! ¿Confirmar en la fe, en qué fe? ¿La fe del rabino Skorka? ¿La fe del rabino Bergman? ¿La fe del Padre Marcó? Dios mío: no queda otra que confiar en Dios ante esta aparente locura. “Dios escribe derecho sobre líneas torcidas”.
Sin premeditarlo, seguí en vivo por Internet las instancias previas durante la última votación. Algo me indujo a quedarme viendo lo que pasaba. ¿Una intuición? Bueno, enseguida un periodista recogió el rumor de que tras la segunda votación del día probablemente habría Papa. Seguí trabajando con la computadora pero atento al audio del canal televisivo, que transmitía ininterrumpidamente desde el Vaticano. De pronto, un griterío se adelantó al anuncio periodístico: la “fumata blanca”. ¡Sí, hay Papa! ¿Quién sería? Había que esperar unos 40 minutos para saberlo. Mientras tanto los periodistas hablaban las acostumbradas estupideces, especulaban sobre los nombres (“tal vez haya un José, como San José, patrono del Vaticano” –sic-) y tiraban cifras sobre las apuestas. ¡Imbéciles como siempre! El destino de la Iglesia y del mundo se dirimía en esos momentos y ellos, con su bovina elocuencia, hablaban de “gamblers”. La multitud congregada en la Plaza San Pedro aullaba de alegría y expectación. El griterío repetía sin cesar: ¡Viva il Papa! ¡Viva il Papa! ¡Idiotas!, pensaba yo, papólatras. No saben si salió elegido un enemigo de la Iglesia, otro destructor más de la religión de Cristo, y ya lo aplaudían. Ah, pero lo peor estaba por llegar.

PSICOSIS



Como en una película de Hitchcock, el suspenso por saber quién era el nuevo Papa nos dejó atornillados a la silla, mirando la pantalla y atentos los oídos para no perder detalle. La cámara televisiva dejó a la guardia suiza y se instaló frente a una ventana cerrada, en el balcón donde en breves minutos haría su aparición el Sumo Pontífice. Detrás de la cortina se descubría una sombra, había movimientos, algo ocurría. La salida de alguien por allí era inminente. Sólo restaba esperar un poco más. ¿Esperar qué? Esperar el anuncio de un Papa, un Papa que saldría de los candidatos que tanto se había hablado, seguramente un italiano, tal vez un yanqui, el brasileño o el famoso políglota indio. Evidentemente otro Papa conciliar, pero alguien desconocido para nosotros. En fin, a eso estábamos resignados. Pero entonces, entonces se abrieron las puertas vidriadas que dan al balcón, y una figura enclenque asomó dando pasos vacilantes. Era el cardenal francés Tauran, encargado de hacer el anuncio que miles de millones de personas en el mundo aguardaban con ansiedad. Entonces pasó lo que pasó. Llegaron dos aviones y se incrustaron contra las torres gemelas. Una bomba destruyó el World Trade Center. Los trenes de Madrid volaron en mil pedazos. Y lo curioso es que, después de un momento de silencio y vacilación, la multitud aplaudió y sonrió y cantó alborozada. La vocecita temblequeante del viejo cardenal dijo “Georgium Marium” y mi cabeza empezó a dar mil vueltas como si estuviera montado en una montaña rusa (sí, como los felices sacerdotes de la Fraternidad que habían ido a divertirse a un parque de diversiones yanqui, pero yo no necesitaba ese resbalón: me bastaba con ver eso que veía y escuchar eso que escuchaba). El frenesí de “Psicosis” cayó sobre mí igual que sobre la pobre mujer en la escena de la ducha de la inolvidable película. ¡Bergoglio es el Papa! ¡”Judas B.” -como lo llaman en un blog- es el Papa! ¡El peor obispo de la Argentina, el destructor de la Iglesia Argentina…es el Papa!

LA MALVADA


Tras el pellizco de rigor (¡no, no estoy soñando!), la oración. ¡Oh, Santísima Virgen María, que sería de nosotros si no pudiésemos recurrir a ti! Sí, el gran medio de la oración, oración por la Iglesia, por el nuevo Papa, por la conversión de los enemigos de la Iglesia, por todos nosotros. Una de las cosas que nos distancian infinitamente de los judíos, por ejemplo, es que somos capaces -y debemos serlo- de orar por nuestros enemigos, como nos lo enseñó Nuestro Señor en la Cruz. Pero decimos: rezar por nuestros enemigos, no con nuestros enemigos. Pues si son nuestros enemigos no pueden rezar a nuestro lado. Si rezan con nosotros entonces deben rezar al mismo Dios, y si aman al mismo Dios entonces son nuestros amigos. Si no rezan al Dios Uno y Trino, al Dios que se encarnó, a Jesucristo, entonces no son nuestros amigos, pero rezamos para que sean amigos de Dios, y entonces serán nuestros amigos. Me viene a la mente el ejemplo de Pío XII y el gran rabino de Roma que se convirtió en parte por su gran ejemplo de caridad y firmeza en la fe. Claro que aquel eran un gran rabino, y Bergoglio en cambio no es ni siquiera un gran obispo…O eso pensábamos hasta que el Colegio cardenalicio conciliar lo elevó a la cumbre de la Iglesia.
Bien, “aunque Usted no lo crea”, como decía Ripley, ahí estaba, Dios sabe por qué, el preferido de la Sinagoga, el progresista, el tibio, el ¿apóstata? Bergoglio, el escandaloso cardenal, nuestro cardenal, en lo más alto de la Iglesia Universal. Y me vino a la mente el recuerdo de una escena de otra película. Cuando en “La Malvada” (donde la co-protagonista que en la superficie se muestra sencilla, humilde y austera es en realidad todo lo contrario), recordé cuando la soberbia Bette Davis anuncia a su marido y otros invitados que esa noche en su casa, en esa velada que será terrible, en medio de un clima macbethiano donde los personajes enfrentarán sus egos y la discordia y la violencia va a estallar, dice ella, tras subir unos escalones, esta recordada frase: “Abróchense los cinturones. Va a ser una noche muy movida”. Bueno, a mí me parece que “debemos abrocharnos los cinturones” porque éste va a ser un pontificado muy movido. Preparémonos entonces, aseguremos nuestros cinturones a la Cruz de Cristo, a la fe verdadera y sin mancha, sin ambigüedades, sin componendas con el enemigo; al verdadero y santo Sacrificio de la  Misa. Preparémonos porque este hecho infausto, esta situación insólita sólo puede anunciar en lo inmediato lo peor. ¿Y qué es lo peor?

LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS



Y entonces otra película, otra escena se aparece. Al final del film “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, filmado en 1962, que es muy políticamente correcto pero que interesa a los argentinos porque su protagonista es un compatriota nuestro (interpretado por el galán Glenn Ford), allá en la Europa de la Segunda Guerra Mundial, el playboy argentino Julio Madariaga vive en París el disfrute de su vida de soltero muy canchero, sin preocupaciones, mientras el mundo se cae a pedazos y una parte de su familia, del lado equivocado (es decir de los perdedores) lo obliga a definirse y dejar de ser neutral, involucrándose en la lucha de la llamada Resistencia. En el final de la película parece que el infierno (familiar y mundial) se desencadena y mientras las bombas caen y destruyen la casa donde se encuentra, enfrentado a un primo suyo del bando nazi, éste le dirige antes del fin, antes de que el techo se desplome mortalmente sobre sus cabezas, esta otra línea muy recordada: “Todo esto se debe a ti, Julio”. Pues bien, si como pensamos que puede pasar, se viene el gran castigo, y acaso la profetizada destrucción de Roma, alguien podría decirle a otro argentino, al nuevo Papa: “Todo esto se debe a ti, Jorge”. Por supuesto que eso resultaría exagerado, pero nuevamente veríamos a un argentino en el centro de la escena, de muy otro modo. ¿Vendrá lo peor? Pues si viene sabemos que se acerca el triunfo del Corazón Inmaculado de María y el regreso triunfal de Nuestro Señor. De modo tal que este Papa, esta para nosotros probable marioneta del poder mundial judaico que hoy se restriega las manos, termine finalmente cumpliendo los designios de Dios, que al fin y siempre tiene la última palabra en todo. ¿Pero acaso Dios no pudo haber permitido o inspirado a Bergoglio el nombre de Francisco porque además del pobrecito de Asís (a quien Jesús le dijo “Reconstruye mi Iglesia”), en realidad se trata de Francisco el niño vidente de Fátima, y está llegando ese tiempo? ¿Acaso Nuestra Señora no se apareció los días 13, y el Papa Francisco –que fue ordenado sacerdote en un día 13- fue elegido en un día 13 de marzo de 2013, lo cual sumando todas las cifras resulta que da el 13? Todo esto es muy misterioso, muy sorprendente y, para los tradicionalistas argentinos, por todo lo que aquí está sucediendo, casi intolerable.

ARGENTINA, UN PAÍS CON BUENA GENTE




Hace unos días, como me ha pasado tantas veces, el peso de la realidad desmesurada en su barbarie volvía a caer con toda la contundencia pavorosa del pecado organizado como normalidad institucional y como vida deseable y normativa, con un peso que volviéndoseme encima, me llevaba nuevamente a sentirme avergonzado de ser argentino. Sobre todo cuando la constante y millonaria publicidad gubernamental insiste una y otra vez con su eslogan oficial: “Argentina, un país con buena gente”. ¿Habrá pensado eso el turista alemán que llegó a visitarnos y fue salvajemente asesinado, recientemente,  en la ciudad de Mar del Plata? ¿O los otros extranjeros que en los últimos meses recibieron igual trato? ¿Buena gente que se mata, se roba, se agrede, que es supersticiosa, macaneadora, frívola, que ocupa y rompe la Catedral, que se vende por un puñado de comida o ve cómo la inmoralidad avanza sin hesitar? ¿Buena gente que piensa sólo en el dinero, en la avivada, en el propio interés? Hace unos días, yendo para la casa de un amigo, me tocó presenciar dos robos en la calle. ¿Es esa la buena gente que promociona el gobierno más corrupto y corruptor y anticristiano de la historia? ¿Y ahora? ¿Ahora tenemos un Papa que parece ser según los medios un santo, un humilde? ¿Un argentino humilde? ¿No es eso un oxímoron?
Bueno, tal vez sea cierto que decir que somos lo peor del mundo sea una forma de soberbia contraria a la de decir “somos los mejores del mundo”. Pero es cierto también que las cosas que se están diciendo, escribiendo y predicando desde la calle y los medios de difusión no hacen más que confirmar que somos todo un caso…y que esto más bien puede ser otro castigo para nosotros como país, antes que “una bendición” como dijo el expresidente y corrupto mayor de la historia Carlos Menem. Expresiones desorbitantes, eufóricas, ditirámbicas, pantragruélicas se esparcen por doquier. Una religiosidad devenida en superstición e idolatría –culpa de la Iglesia liberal que hemos tenido y que encabezó los últimos años Bergoglio, pero también culpa por nuestros pecados- se encarga de recordarnos que si dios es argentino, ahora el papa también. Si ya teníamos a dios, porque dicen que Maradona es D10S, y Messi el MESSIas, si en su época se hablaba de San Perón y Santa Evita (ésta embalsamada), y antes tuvimos al “Santo de la Espada” (Gral. San Martín), si dimos al mundo al Che Guevara, el apóstol de la violencia o “San Ernesto de la Higuera”, y tenemos ahora a la Reina de Holanda (una apóstata), ¿cómo no íbamos a tener un Papa? ¡Pero claro! Eso confirma que somos los mejores. Las masas han salido a festejar al Obelisco, las iglesias se han llenado, las hordas marxistas que ayer copaban la Catedral son reemplazadas hoy por las hordas modernistas (y esto es mucho peor, por supuesto), y todo el mundo encantado de la vida. El humilde, austero, sencillo, sabio, equilibrado, etc. nuevo Santo Padre, según proclaman los periodistas, los políticos, los deportistas, los gremialistas, los artistas, la gente de la calle, los judíos, los masones, etc., ¿no es en realidad un puritano que condena el ornato y la magnífica liturgia de la Iglesia más que por amor a la pobreza, por horror a la belleza? ¿No hay allí un desprecio por el orden bello y jerárquico que son obras de Dios? En el mundo de los excesos, de las “desigualdades”, de los lujos ¿cómo no aplaudir el rebajamiento de la Iglesia Católica a una entidad democratizante donde lo que importa es sólo lo interior, el sentimiento subjetivo y el “amor al prójimo” que relega a un segundo plano el amor a Dios? ¿Cómo no ver que el mundo quiere una Iglesia de apariencia pobre y ordinaria no porque le importe el ideal evangélico, sino porque al ver a la Iglesia como una andrajosa fregona, menos todavía la ha de respetar y obedecer? Esta abstención que parece un sacrificio por amor a los más pobres (no por nada se hizo de la Madre Teresa de Calcuta la gran santa del pasado siglo) pareciera en realidad cubrir un orgullo farisaico, puesto que un humilde no destroza la liturgia y la doctrina de la Iglesia, sino que se somete a ellas. La humildad no se despoja de los ornamentos y costumbres que usaron los Papas de siempre, porque eso significa destacarse ante los otros y el humilde en verdad lo que quiere es pasar desapercibido, no llamar la atención. El humilde es obediente a las enseñanzas de siempre de la Iglesia, no desprecia la Tradición que es herencia de sus mayores en la fe.   
Evidentemente, un argentino no puede pasar desapercibido. Su gran potencial siempre aflora, aunque lamentablemente casi siempre para peor. ¿Acaso este pontificado será el más desastroso de la historia? ¿Acaso el Papa venido del fin del mundo será el Papa del fin del mundo? ¿Acaso por la fuerza de las circunstancias llegará en la peor hecatombe a consagrar Rusia a la Virgen María? ¿Será el Papa del Anticristo? Demasiadas cosas sorprendentes e inéditas están ocurriendo: primero la renuncia de Benedicto y luego -13 días después- esto. El famoso “Plan B” del que tantos periodistas (incluso “tradis” de panorama cada vez más estrecho) hablaron sin cansarse, como si el Papa Benedicto, el “Papa amigo de la Tradición”, no hubiese realizado un acto revolucionario que posibilitó esto, y que probablemente haya sido planeado ya con este saldo in mente, ese Plan B fue otro del que tanto hablaron, pero al fin y al cabo, era un Plan B y sin darse cuenta acertaron: resultó ser “El Plan Bergoglio”.
Deberemos “acostumbrarnos”, especialmente en la Argentina, a esta nueva situación de asombro, a las noticias cotidianas que llegarán desde Roma con mayor asiduidad y, para nosotros, seguramente, pena. Pero está escrito y lo sabemos, que Dios es cumplidor de sus promesas, y que todo redunda en Su mayor Gloria, el bien de los que lo aman y, si ofrecemos nuestros sacrificios, en la salvación de las almas. Jesucristo vuelve pronto.

“Ven, Señor Jesús.
Oh Señor Jesucristo, ¿por qué tardas? ¿Qué esperas
para mostrar al mundo tus divinas banderas,
y arrojar tu mensaje de luz sobre las fieras?”.