sábado, 2 de febrero de 2013

A PROPÓSITO DE ALGUNOS DEMOLEDORES DESCONCERTADOS…


…Y DE LOS QUE CALLAN CUANDO DEBEN HABLAR

UNAS PALABRAS DE
SAN ISIDORO DE SEVILLA
DOCTOR DE LA IGLESIA

Del Libro de las Sentencias, Volumen II.



 De los maestros o doctores iracundos: 

Los maestros iracundos convierten el tono de la enseñanza por su rabioso furor en crueldad enorme y por lo mismo más hieren a los súbditos con lo que podían enmendarlos.


El prepósito iracundo castiga desmedidamente las culpas, porque su corazón distraído con los cuidados de las cosas no se recoge en el amor único de la divinidad. Porque el entendimiento desparramado en mil asuntos no está recogido  por el lazo de la caridad, sino que malamente laxo, se mueve mal en toda ocasión.



De los doctores soberbios:

Muchos hay que al enseñar no son humildes en la exposición, sino arrogantes y que aún lo bueno que predican no lo anuncian por deseo de corrección, sino por vicio de grandilocuencia.


Muchos hay que enseñan no por intención de edificar, sino por la hinchazón de engrandecerse, y no son sabios para aprovechar, sino que desean enseñar para parecer sabios.


Hay una perversa imitación de arrogantes sacerdotes por la que imitan a los santos en el rigor de la disciplina y desdeñan seguirlos en el afecto de la caridad: quieren parecer rígidos por la severidad y no quieren dar ejemplos de humildad, para ser tenidos más como terribles, que como mansos y afables.


Los doctores soberbios saben más de herir que de curar. Es Salomón quien (Prov. XIV, 9) atestigua: En la boca del insensato está la vara de su soberbia, porque reprendiendo con rigor hieren y desconocen el compadecer con humildad.


Quien acepta por caridad de corazón y humildad de conciencia el curar los males del pecado ajeno bien acepta. Además quien reprende al delincuente con corazón soberbio o lleno de odio no enmienda, sino hiere. Porque todo cuanto profiera el protervo o airado es furor de quien ofende, no dilección de quien corrige.



De la humildad de los Prepósitos:

Quien está puesto al frente de un régimen de tal modo debe aventajar en disciplina a sus súbditos, que no sólo por autoridad, sino por humildad resplandezca. Sea no obstante humilde de tal modo que no se relaje la vida de los súbditos, y tal sea la autoridad de su potestad que no haya excesiva severidad por motivo del tumor del corazón. Pues en los sacerdotes de Dios ésta es la verdadera discreción: que ni sean soberbios por la libertad ni remisos por la humildad. De ahí que los santos con grande firmeza reprendieron los vicios aun en los príncipes y teniendo suma humildad, cuando fue necesario reprendían con libertad a los quebrantadores de justicia.


También algunas veces debemos ser nosotros más humildes que los súbditos, porque nosotros juzgamos los hechos de los súbditos, pero los nuestros júzgalos Dios.


Reconozca el obispo que es servidor del pueblo, no señor, y que esto lo exige la caridad, no la dignidad.



De la protección que los obispos deben prestar a los fieles:

Los que tienen encomendado el enseñar corren mucho riesgo si no quisieren resistir a los que contradicen a la verdad: porque el Profeta (Is. XL,9) instruye al doctor eclesiástico que llegue hasta la cima de la justicia al decir: Súbete sobre un alto monte tú que anuncias buenas nuevas a Sión, es decir; que la vida sobresalga por el mérito lo mismo que por el grado jerárquico. En seguida escuche para que no deba contenerse de enseñar por miedo: “Alza esforzadamente tu voz, álzala, no temas”. Por lo cual dijo el Señor a Jeremías (I, 17): Ponte haldas en cinta, y anda luego, y predícales todas las cosas que yo te he mandado; no te detengas por temor de ellos, porque yo haré que no temas su presencia. De donde se deduce que el no temer también es don de Dios.


Quien hace acepción de persona poderosa y teme decir la verdad por sentencia es castigado de grave culpa. Pues muchos sacerdotes por temor de la potestad ocultan la verdad y se retraen de una obra buena, o de predicar la justicia por miedo de cualquier cosa, o porque la potestad atemoriza. Mas ¡ay! ¡oh dolor! Temen o porque están enredados en el amor de las cosas temporales o porque andan avergonzados por algún hecho criminoso.


Como el vigilante pastor acostumbra a guardar de las fieras sus ovejas, asimismo el sacerdote de Dios debe andar solícito sobre la grey de Cristo para que el enemigo no devaste, ni el perseguidor infeste, ni la codicia de algún poderoso inquiete la vida de los pobres. Mas los pastores malos no cuidan de las ovejas, sino que conforme se lee en el Evangelio sobre los mercenarios, ven el lobo que viene y ellos huyen. Porque cuando callan ante los poderosos y temen resistir a los malos, entonces huyen. Si callan sobre esto, serán condenados por su maldad.