lunes, 14 de enero de 2013

VATICANO II: EL CONCILIO LIBERAL






Por Louis Hubert Rémy



Fue la inconmensurable victoria de los liberales luego de cien años de luchas encarnizadas.

El Boletín del Gran Oriente de Francia —n° 48 de Noviembre-Diciembre 1964, página 87— cita como referencia de “posiciones constructivas y nuevas” esta intervención, hecha durante la tercera sesión del concilio por un joven obispo que hizo luego una carrera notable: “Es necesario aceptar el peligro del error. No se abraza la verdad sin tener una cierta experiencia del error. Es preciso entonces hablar del derecho de buscar y de errar. Yo reclamo la libertad para conquistar la verdad”.

Esta declaración agradó tanto a los franc-masones que la subrayaron. Y ella es muy grave.

Es de Monseñor Wojtila, obispo de Cracovia, y ella explica su carrera y su comportamiento.

Para un católico, no es la libertad la que engendra la verdad: es Nuestro Señor. No es la libertad la que está primero y originará la verdad, sino que es la verdad la que libera:

“Si permanecéis en Mi palabra, sois verdaderamente Mis discípulos; conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres” (Juan, VIH, 32).

“Pero nosotros, somos de Dios; quien conoce a Dios nos escucha; quien no es de Dios, no nos escucha: es por eso que conocemos el espíritu de la Verdad y el espíritu del error” (I Juan, IV, 6).

El orden es: 1º, Jesucristo, enseñado por la Iglesia Católica; 2º, la verdad segura; 3o, la Libertad.

Para la secta liberal conciliar la gradación que predica es: 1º, la libertad; 2a, la verdad; 3o, Jesucristo.

He aquí la estafa.

Este nuevo orden es falso, pues si colocamos la libertad en primer término, no tendremos siempre en segundo la Verdad, sino la Verdad Y / O el error. Esto es lo que los verdaderos iniciados saben, y es con este artificio que impusieron su iglesia liberal conciliar, destructora de la Iglesia católica.

Se puede distinguir cinco fases en su proceso:

a) al principio, se pide “el derecho de buscar y de errar”.

b) Luego son enseñados errores al mismo tiempo que la verdad, y los pocos combatientes por la Verdad son marginados.

c) Después se descalifica la Verdad, se la declara superada, se la vuelve anodina y se hace pasar al error por la Verdad.

d) A continuación la Verdad es perseguida hasta su total desaparición: los demonios asesinos suceden a los demonios mentirosos.

e) Y finalmente, es impuesto el reinado del error.


Esto es lo que se ha vivido desde hace treinta años: con la libertad, la secta liberal conciliar ha instalado el error, que ha eliminado el reinado de Jesucristo para reemplazarlo por el seudo reinado del Hombre, que es el verdadero reinado de Satán.

Es un castigo: un castigo merecido. No se ha querido combatir al liberalismo, no se ha querido volverse antiliberales, los liberales aparentemente han barrido con todo.

Monseñor Wojtila (Hoy S.S. Juan Pablo II reinante - N. del E.) y la secta liberal conciliar han invertido todo: los enemigos de los católicos se han convertido en sus amigos.



“Sólo la verdad es tolerante y no persigue jamás a nadie, ella se limita a impedir hacer el mal. El error es esencialmente intolerante, y desde el momento en que se siente fuerte, una escuela, un partido o una secta tiende a manifestar su poder suprimiendo a sus adversarios, injuriándolos, sobre todo impidiéndoles hablar. El derecho a hablar, alabadísimo por los liberales al punto que lo consignan en la constitución y lo hacen el elemento privilegiado del parlamentarismono les parece aceptable mientras no les asegure las inmunidades del monólogo e impida toda crítica. Su mayor aspiración, lo que más les gusta, es el incensario para ellos y, para los adversarios, las cadenas y la mordaza” (Mons. Fèvre: Histoire critique du catholicisme liberal, pág. 546).



Esta es exactamente la conducta del catolicismo liberal contra el resto de los católicos.

Comportamiento que prueba que los católicos (los que desean creer aquello que siempre se ha creído y hacer lo que siempre se ha hecho) están en el terreno de la verdad, los conciliares están en el terreno del error, y como consecuencia que la secta liberal no es católica, y por lo tanto no pertenece a la iglesia Católica

El plan de Dios es el de intervenir como Salvador y entonces triunfar cuando todo parezca perdido, es decir, luego que el eclipse de la Iglesia católica sea total. Pero como Dios no reconstruye a partir de nada, pero sí con nadas: es a cargo nuestro merecer la pertenencia a ese pequeño número.

Y para eso es necesario hacernos antiliberales, antiliberales de verdad. El libro de don Félix Sardá y Salvany (“El liberalismo es pecado” - N. del E.) es la referencia. Aún más: es necesario conocerlo bien, meditarlo a menudo para aplicar correctamente su enseñanza. No es siendo un simple lector que uno se convierte es antiliberal, sino teniendo una inteligencia y una voluntad antiliberales. es el único medio para no perder la Fe, el único medio de ser verdaderos católicos (Cap. VII y VIII).

Para saber si ustedes se transforman en antiliberales basta que se hagan tratar de “excesivos, desmesurados y aun peligrosos”. Don Félix Sardá en el muy importante capítulo XVIII, utilizará los calificativos de “exageraciones... falta de medida...”.

Quienes así los traten son verdaderos liberales, aun cuando ellos se crean antiliberales. Monseñor de Castro Mayer ha leído toda su vida un capítulo de Don Félix Sardá y Salvany antes de dormir: este es verdaderamente un muy buen ejemplo a seguir.

La prueba del Concilio ha apartado al noventa por ciento de los católicos; la prueba del Novus Ordo Missæ de las revoluciones litúrgicas ha apartado también a más del noventa por ciento de los que restaban. Las consagraciones hechas por Monseñor Lefebvre han apartado aun numerosos dirigentes y publicaciones. Este número es aún más importante.

Demasiados sacerdotes y fíeles son más afectos al campo que llamaríamos del espíritu liberal del mundo, que al campo de Dios. De tendencia materialista, mediocre, modernista, mundana, en una palabra liberal; ellos serán apartados durante próximas pruebas.

Hay una sola solución: convertirse; pues no hay más que una sola sanción: perecer.

“Si no nos arrepentís, pereceréis todos como ellos” (Lucas, XIII, 3).

Pero... “al fin su Corazón inmaculado triunfará”.



Revista “Custodia de la Tradición Hispánica” Nº 5, Junio de 2003.