miércoles, 9 de enero de 2013

EL PAPA Y NOSOTROS


El respeto invariable que merece el Sumo Pontífice, es decir el principal puente entre los fieles y Dios, pontífice significa puente- es norma que no admite excepciones; pero sí una condición divina: Que el Papa se comporte como Papa, Vicario de Nuestro Señor Jesucristo y firmísimo custodio del DEPOSITO DE FE que le es confiado por la Iglesia. Si no cumple con su augusta misión despertará una JUSTA RESISTENCIA AL ERROR.


Santo Tomás de Aquino comentando la epístola de San Pablo a los Gálatas afirma: “habiendo peligro próximo para la fe, los prelados deben ser argüidos”. Y Suárez, el doctor eximio, sostenía: “Si el Papa dictara una orden contraria a las buenas costumbres, no se le ha de obedecer”. Similares expre­siones hallamos en Vitoria, San Agustín, San Ambrosio, San Anselmo y San Roberto Belarmino. El cardenal Cayetano, comentando la frase “Ubi petrus, ibi Ecclesia” agregaba: “...cuando el Papa se comporta como Papa y Jefe de la Iglesia; si así no fuere, ni la Iglesia está en él, ni él en la Iglesia”. Palabras duras, pero claras. Hay, pues, no el derecho sino el DEBER de resistir al error.
Pero... ¿quiénes somos nosotros para calificar de errónea una enseñanza papal? Simplemente FIELES. No jueces. La propia Iglesia quiere que com­paremos todo con lo que Ella, Madre y Maestra, enseñó siempre y en todas partes. Porque en esa enseñanza tradicional e invariable, que viene de Jesucristo y sus apóstoles, no hay error. Es enseñanza de la Verdad y a ella nos aferramos. Nunca fue más difícil ser buen católico, porque del seno mismo de Roma se expanden doctrinas opuestas a la Verdad y condenadas por el Magisterio de la Iglesia. Como, por ejemplo, la libertad religiosa que iguala a la Verdad con los errores. Mons. Lefebvre decía: “Obedecemos al Papa de ayer y, por lo tanto, obedecemos al de hoy y, por lo mismo, obedecemos al de mañana. Porque no es posible que los Papas no enseñen la misma cosa. No es posible que los Papas se desdigan, que los Papas se contradigan”. Y bien, recurrimos al Evangelio: “Tomándole aparte Pedro, trataba de disuadírselo”. No quería que Jesucristo muriese para salvarnos. Cefas prefería su criterio humano. La respuesta del Divino Redentor resuena en los siglos: “Apártate Satanás, que me escandalizas. Pretendes apartarme de la obedien­cia que debo a mi Padre y del sacrificio de mi vida, porque no tienes cono cimiento ni gusto de las cosas que son de Dios, sino de las de los hombres”. Jesucristo rechazaba el error del primero entre los Papas. Obedecer sí en la fidelidad a Dios. Y rechazo firme y respetuoso a los errores salidos de la Roma conciliar, que es el gusto de los hombres.
Los ciegos de espíritu, que sustituyen el discernimiento por la cerrazón y piensan que toda enseñanza papal es infalible, prefieren el error de Cefas a la voluntad de Dios. Ese no es el camino. No es buen amigo el que acata las desviaciones sino quien da un consejo oportuno, respetuosa y valientemen­te, como lo hizo San Pablo a San Pedro y como en nuestros días lo hicieron Mons. Lefebvre y Mons. de Castro Mayer a Paulo VI y Juan Pablo II. Claro que hace falta atender a la lección del primer Papa: su humildad en reconocer el error y su cumplido propósito de enmienda. Pretendió modificar los planes salvíficos e hizo de tentador. Luego negaría tres veces a su Señor. Más tarde erró al tener con los judíos una condescendencia que no era conforme a la verdad del Evangelio. Tres caídas... Y de las tres se levantó por la gracia de Dios y su fidelidad que lo hizo vencerse a sí mismo y acatar la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo.
No es posible que los Papas no enseñen la misma cosa”... Nos obligan a discernir entre REVOLUCIÓN y TRADICIÓN. Por fidelidad a Dios y buena amistad con el Papa, hemos elegido la TRADICIÓN. ¡Laus Deo!

La Resistencia Católica, Lima, Perú, N° 56. IX, 1991.