viernes, 30 de noviembre de 2012

HABLA MONSEÑOR WILLIAMSON


CONFERENCIAS DE MONSEÑOR WILLIAMSON EN BRISTOL- NÚMERO VIII

En esta conferencia Monseñor Williamson analiza un texto de Monseñor de Galarreta sobre el Preámbulo Doctrinal, además de revelarnos, una vez más, la falta de firmeza doctrinal de Monseñor Fellay y sus colaboradores.  Nos comenta también cómo un libro del Padre Calderón ya traducido al francés, fue vetado por Menzingen. Vale la pena leerla.

Visto en Non Possumus



 Monseñor de Galarreta dice que lo que los Romanos proponen es “confuso, de doble lenguaje, falso y esencialmente malo” y que “el documento es sustancialmente inaceptable. Es peor que el protocolo de 1988 en particular con relación al Magisterio pos-conciliar”.

Cita de Monseñor Lefebvre: “Nuestros verdaderos fieles, aquellos que han comprendido el problema y que nos han ayudado a seguir la línea derecha y cerrada de la Tradición y de la fe, temían las gestiones que yo hacía con Roma. Ellos me dijeron que era muy peligroso y que perdía mi tiempo”- en los años 70 y 80. “”Sí por supuesto, esperé hasta el último minuto que en Roma mostraran algo de lealtad. Nadie puede reprocharme de no haber hecho todo lo que pude. Y ahora, a los que vienen a decirme “usted debe llegar a un acuerdo con Roma”, creo que puedo decirles que incluso fui mas lejos de lo que debí haber ido”. Esto es obviamente después de 1988, y está hablando de cómo recorrió nueve y media yardas, más que las nueve completas, para llegar a un acuerdo con Roma, pero ellos no quisieron.

Esta es una pregunta de una entrevista –“¿Qué piensa de la instrucción del Cardenal Ratzinger que establece el juramento de fidelidad y que incluye una profesión de fe?”

Monseñor Lefebvre.- “Primero se reitera el Credo, que no presenta ningún problema. Ha quedado intacto. El primer y segundo apartados no presentan tampoco dificultades. Son cosas corrientes desde el pun­to de vista teológico. Pero el ter­cero es muy malo. Es prácticamente alinearse con lo que los obispos del mundo en­tero piensan hoy día. En el preám­bulo está por otra parte claramen­te indicado que este apartado ha sido añadido en razón al espíritu del Concilio. Se refiere al Concilio y al supuesto magisterio de hoy día que es el de los conciliares. Habría sido preciso añadir: en tan­to que este magisterio está en ple­na conformidad con la Tradición. Tal como está esta fórmula es peligrosa.” Monseñor Lefebvre está hablando de las fórmulas que Roma propuso después de las consagraciones.

“Tal como está esta fórmula es peligrosa. Esto demuestra bien el espíritu de estas gentes con las cuales no es posible entenderse. Es absolutamente ridículo y falso —como han hecho algunos— pre­sentar este juramento de fidelidad como un resurgimiento del jura­mento anti modernista suprimido después del Concilio. Todo el ve­neno está en el tercer apartado que parece hecho ex-profeso para obligar a quienes se han adherido a suscribir esta profesión de fe y afirmar así su pleno acuerdo con los obispos. Es como si en tiempo del arrianismo hubiesen dicho: ahora es­táis plenamente de acuerdo con todo lo que piensan los obispos arrianos. No, yo no exagero, está clara­mente expresado en la introduc­ción. Es el engaño. Cabe preguntarse si no se ha querido en Roma corregir con esto el texto del protocolo que me ofrecieron”. En otras palabras, para Roma el Protocolo fue muy lejos. Me di cuenta que el protocolo fue muy lejos en su dirección, contrariamente a lo que ellos piensan de que fue muy lejos en nuestra dirección.

“Aunque no satisfizo, pare­ció todavía demasiado en nuestro favor el artículo 3 de la declara­ción doctrinal, puesto que no ex­presa bastante la necesidad de so­meterse al Concilio. Pienso que se desquitan ahora. Van sin duda a hacer firmar estos textos a los seminaristas de la Hermandad de San Pedro antes de su ordenación y a los sacerdotes de esta Hermandad, que van entonces a encontrarse obligados a hacer un acto oficial de adhesión a la Iglesia conciliar. A diferencia del protocolo, por estos nuevos textos se someten al Concilio y a todos los obispos con­ciliares. Tal es su espíritu y no cambiarán.”

Entonces Monseñor de Galarreta está citando al Arzobispo, subrayando la firmeza de los romanos en la línea del Concilio, que los Romanos están decididos.

La siguiente cita es también de una entrevista con la revista Fideliter.- “¿Piensa usted que la situación ha empeorado desde antes de las consagraciones cuando usted entró en conversaciones que terminaron en el protocolo del 5 de mayo 1988? ¿Los romanos son peores de lo que eran en tiempos del protocolo?”

Oh sí” –dice el Arzobispo. “Por ejemplo, el hecho que la profesión de fe sea solicitada por el cardenal Ratzinger desde principios del año 1989. Es muy serio porque están pidiendo a todos los que han ido hacia Roma o que podrían hacerlo, hacer una profesión de fe en los documentos del concilio y de las reformas conciliares. Para nosotros, eso es imposible.”

Entonces Monseñor de Galarreta está citando a Monseñor Lefebvre al efecto de que Roma insiste en el Concilio. Lo mismo sucede ahora.

Monseñor de Galarreta- “De hecho, esa correspondencia es perfecta para el pensamiento y para la posición tomada por la comisión romana en las discusiones doctrinales del pasado año y medio.”

Monseñor de Galarreta encabezó la delegación de la FSSPX en cada una de las ocho sesiones y sale diciendo: “Lo que acabo de citar del Arzobispo de 1988, es exactamente lo mismo en 2011 y 2012”.

“Hoy no están listos para abandonar el Vaticano II. Es esencial para nuestra cuestión actual” –esto fue a finales de 2011- “para recordar que nosotros claramente reconocimos en esa ocasión que ellos no deseaban abandonar el Vaticano II, ni sus doctrinas liberales, y su intención y su clara voluntad es llevarnos hacia el Vaticano II”. Eso fueron las discusiones en lo que concierne a Roma.

“Cuando mucho, Roma aceptaría un re-balance y una mejor formulación, pero siempre será dentro de los límites de la renovación de la hermenéutica de la continuidad del Papa, entonces tendremos permitido entrar a la discusión e incluso seríamos útiles para autorizar su renovación en la reforma con continuidad”. Monseñor de Galarreta está diciendo que la hermenéutica de la continuidad del Papa significa interpretar el concilio de tal modo que no esté enfrentado con la Tradición. Es un golpe frontal. No se puede reconciliar esto con esto, pero de algún modo Benedicto XVI está con los dos a la vez. Esto no puede hacerse, pero esa es la hermenéutica de la continuidad. Entonces Monseñor de Galarreta dice que los romanos, en las discusiones, estuvieron presionando para hacernos ir con la hermenéutica de la continuidad. No es posible, es contradictorio.

“El documento propuesto confirma que es una ilusión y una irrealidad el creer que se puede llegar a un acuerdo práctico que podría ser bueno, apropiado y garantizado e incluso aceptable para las dos partes. Dadas las circunstancias, es cierto que al final, después de mucho hablar, llegaríamos a absolutamente nada, entonces ¿por qué molestarnos en participar en ulteriores discusiones?”

Monseñor de Galarreta dice que no vamos a aceptar y que simplemente no es posible.

“Siguiendo la proposición romana, la cuestión crucial es la siguiente -¿debemos entrar en el camino de un posible acuerdo el cual es primordialmente práctico? ¿Es prudente y adecuado mantener contactos con Roma en vista de un acuerdo práctico? Para mí, la respuesta a esta pregunta es clara. Nosotros debemos negarnos a entrar en este camino porque no podemos hacer un mal para obtener un bien, y un bien incierto, porque necesariamente esto causaría ciertos males para el bien común de la Fraternidad San Pio X y para la familia de la Tradición”.

Otra vez lo dice: no tiene caso, no es apropiado y es malo estar involucrados en discusiones para llegar a un acuerdo práctico. El es muy claro. No esconde lo que piensa.

“Este es un resumen de algunas de las razones para mi punto de vista” Son principalmente citas del Arzobispo –“Uno, ¿cómo podemos someternos u obedecer a autoridades que continuarán pensando, predicando y gobernando como modernistas? Nosotros tenemos propósitos y objetivos completamente opuestos, incluso medios diferentes. ¿Cómo podríamos trabajar bajo sus órdenes?”

Es sentido común. A menos que quieras convertirte en conciliar, ¿cómo puedes trabajar bajo los conciliares? Ellos van a hacer todo lo que puedan para convertirte en conciliar, y se te pones bajo sus órdenes, te van a hacer conciliar.

Monseñor Lefebvre –“Eso son cosas fáciles de decir. Ponerse dentro de la Iglesia, ¿qué quiere decir? Y ante todo ¿de qué Iglesia están hablan­do? Si es de la Iglesia conciliar, ¡habría sido necesario que noso­tros, que luchamos contra ella du­rante veinte años porque amamos a la Iglesia católica, entrásemos en esta Iglesia conciliar para volverla supuestamente católica! Es una completa ilusión. No son los súbditos que hacen a los superiores, sino los superiores que hacen a los súbditos”.

Segunda cita de Monseñor Lefebvre:”Yo no pienso que sea un verdadero regreso de los romanos a la Tradición. Es como en una lucha, cuando tienes la impresión de que las tropas han avanzado demasiado lejos, los haces regresar y pones los frenos, ahora ellos están poniendo frenos al impulso del Vaticano II porque los que apoyan al concilio van demasiado rápido. Estos obispos han ganado completamente por el concilio y por las reformas conciliares del papa sobre el ecumenismo y carismatismo, por lo que no deben temer.”

Lo que está diciendo el Arzobispo es que los romanos que están poniendo freno a los obispos no deben temer porque incuestionablemente los obispos no darán marcha atrás al Concilio.

“Aparentemente ahora están haciendo algo un poco más moderado, con un poco más de sentimiento tradicional, pero no es profundo. Los grandes principios fundamentales del concilio, los errores del concilio, son bienvenidos por ellos y los ponen en práctica. Para ellos no es un problema. Por el contrario, iría más lejos para decir que los que son más dulces con nosotros son los más duros con nosotros. Los que están poniendo los frenos un poco son los que son más duros con nosotros. Son ellos quienes requerirían más que nosotros nos sometiéramos a los principios del Concilio” En otras palabras, los que parecen ser menos rabiosos con nosotros son los más duros hacia la Tradición.

Monseñor Lefebvre –“Estaba perfectamente claro y eso ilustra muy bien su estado de espíritu. No se trata para ellos de abandonar la nueva misa. Al con­trario y eso es evidente. Por eso lo que puede aparecer como una concesión no es en realidad más que una maniobra para llegar a quitarnos el mayor número posi­ble de fieles. Es preciso convencer a los fieles que se trata de una ma­niobra, que es un peligro el poner­se en las manos de los obispos conciliares y de la Roma moder­nista. Es el mayor peligro que los amenaza. Si hemos luchado du­rante veinte años para evitar los errores conciliares, no es para ponernos ahora en las manos de quienes los profesan”.

Monseñor de Galarreta continúa: “¿Obedecer a quienes, obedecer qué? Y la respuesta sería obedecer al concilio. Significaría obedecer a los partidarios del concilio. Segunda razón.- disminuir la confesión de la Fe”. En otras palabras la Fe completa ya no sería profesada. Actualmente la Fraternidad está desalentando el criticismo a Benedicto XVI y el criticismo al concilio. Recuerdo cuando Campos cayó, creo que fue en el 2002, escribí un artículo llamado “Campos ha caído”, y recuerdo a Monseñor Fellay llamándome para decirme “Usted no debería decir eso”. Cambié algunas frases pero nunca quiso que dijera “Campos ha caído”, esto en el 2002. Monseñor Tissier escribió un muy buen ensayo de los errores teológicos de Benedicto XVI llamado “La fe amenazada por la razón” y nunca fue publicado por la Fraternidad. Fue publicado solamente por los Dominicos de Avrillé, porque Monseñor Fellay no quiso que se publicara porque era en contra de Benedicto XVI. Otro trabajo es la excelente condenación sintética del padre Calderón que es sobre todo una condenación del concilio –con argumentos muy sólidos, muy coherente – un verdadero panorama de la podredumbre del Concilio. Está en español, fue traducido al francés pero llegaron órdenes de arriba de que no fuera publicado por la Fraternidad en Francés. La traducción ya está lista, está ahí, quizá hasta lo llevaron a la imprenta y –luz roja, porque no quieren que el concilio sea condenado y no quieren que Benedicto XVI sea condenado tampoco. Para la Fraternidad esto es una locura, peor que una locura. Es un suicidio. Es el suicidio de la FSSPX. Es como comprar un perro guardián y amordazarlo en la noche para que no ladre. ¿Cuál es el punto?

Monseñor de Galarreta –“Si llegáramos a un acuerdo, ¿cómo no se disminuiría la confesión y defensa pública de la Fe? ¿Cómo podríamos nosotros  ir en contra la protección necesariamente pública de los fieles y de la Iglesia?” Si se va a defender el rebaño tiene que ser en forma pública. No puede hacerse en privado. Lo privado no es suficiente. Se tiene que hacer público. Tenemos que condenar los errores que amenazan las ovejas en público. Se tiene que condenar a los lobos públicamente. El dice “Si nosotros llegamos a un acuerdo práctico, no solamente no podremos defender a la gente en contra de los errores del concilio”. Obvio. “A este respecto, si hacemos un acuerdo práctico en las presentes circunstancias, estamos entrando en el lenguaje doble, duplicidad y ambigüedad. El mero hecho envía un mensaje a todos. Estaríamos entrando a una “Plena comunión” con autoridades que permanecen modernistas.” 

¿Cómo puede esto no enviar un mensaje a la gente de que el modernismo no es tan malo después de todo? O también la gente diría: en este caso ¿no será la FSSPX que estaba mal después de todo? Por lo tanto, necesariamente habría una disminución de la defensa de la fe si nos unimos con gente que está destruyendo la fe, que han adquirido principios que destruyen la fe. Es sentido común.

“No podemos abstraernos del contexto –es decir por los eventos constantes y enseñanzas de la iglesia actual –visitas repetidas a los templos protestantes y sinagogas, beatificación y próximamente la canonización de Juan Pablo II, Asís II, predicar a tiempo y a destiempo la libertad religiosa y así sucesivamente. Necesariamente nos ataríamos a todo esto”. Esta es la basura contra la que hemos estado luchando por 40 años. “Además”- dice Monseñor de Galarreta, “si hacemos un acuerdo vamos a perder nuestra libertad de palabra. Vamos a tener que disminuir nuestra crítica pública a las autoridades e incluso a ciertos textos del concilio y al Magisterio pos-conciliar”. Todo esto sucederá, de hecho ya está sucediendo en la FSSPX en la manera que les he estado diciendo.

Para entender e ilustrar estos puntos, es suficiente ver lo que sucede con los Tradicionalista que van a Roma, desde San Pedro hasta el IBP. Ellos están inevitablemente enfrentados a la alternativa de rendirse o traicionar sus compromisos, y ellos prefirieron rendirse”. En otras palabras, los presionan –ustedes tienen que hacerse más conciliares y menos tradicionales. Entonces, o ellos desafían la presión o bien se rinden, y la mayoría de las veces se rinden, por lo que una marcha atrás no sucede. Ustedes no pueden decir que el acuerdo práctico sería bueno porque siempre podríamos salir otra vez. No, así no es como sucede.

Preguntas hechas a Monseñor Lefebvre –“Cuando vemos a Dom Gérard y la Fraternidad de San Pedro obteniendo tanto la liturgia como el catecismo, sin, dicen ellos, habiendo renunciado a nada, algunas personas preocupadas de estar en dificultades con Roma podrían estar tentadas de ir a Roma por el cansancio. Esas personas dicen: “Mire a Dom Gérard y la Fraternidad San Pedro, entraron a Roma y no dieron nada a cambio”.
Contesta el Arzobispo: Cuando dicen que no han renunciado a nada es falso. Están renunciando a la posibilidad de oponerse a Roma. Ellos ya no pueden decir nada. Deben estar silenciosos dado que Roma les ha hecho favores. Ahora es imposible para ellos denunciar los errores de la Iglesia Conciliar. Poco a poco se están adhiriendo –aunque solo sea por la profesión de fe que pide ahora el cardenal Ratzinger- a los errores del concilio. Creo que Dom Gérard está sacando un pequeño libro escrito por uno de sus monjes sobre la libertad religiosa, en un intento por justificarla”.

De verdad creo que es de seis volúmenes. Es Dom Basil quien escribió un libro en seis volúmenes justificando la libertad religiosa –la misma que Monseñor Lefebvre dijo que era una “blasfemia odiosa” –la libertad religiosa de acuerdo al concilio. Entonces se empieza a ser conciliar, simplemente te rindes. Pones tu pequeño dedo en ese mecanismo y ves como se come tu mano, tu codo, tu hombro, y entonces simplemente te has ido, ya eres conciliar, y esto es lo que sucedió a muchos de ellos. Ahora son completamente conciliares. Monseñor Rifan ahora está celebrando la nueva misa, y una muy fea, aparentemente. No la he visto.

Otra cita del Arzobispo: “Pregunta.- Desde las consagraciones ya no ha habido más contactos con Roma, sin embargo, como usted nos dijo, el cardenal Oddi le dijo: “Tenemos que resolver esto. Solamente escriba una pequeña disculpa al Papa, él tiene sus brazos abiertos para darle la bienvenida. ¿Por qué no intentar este último paso? ¿Por qué le pareció imposible aceptar la oferta del cardenal Oddi? Solo una pequeña nota de disculpa y todo estará bien””

Monseñor Lefebvre – “Eso es absolutamente imposible en el estado en que se encuentra Roma actualmente, el cual va empeorando. No nos hagamos ilusiones –los principios que dirigen a la iglesia conciliar son cada vez más contradictorias a la Doctrina Católica. Al frente de la Comisión de los derechos humanos de la ONU, el Cardenal Casaroli declaró recientemente “Deseo detenerme un poco en un aspecto de la libertad fundamental de pensamiento y acción de acuerdo a la propia conciencia, es decir, la libertad religiosa. La Iglesia Católica y su Pastor Supremo, quien ha hecho de los derechos del hombre uno de los grandes temas de su predicación, no deja de recordar que en un mundo hecho por el hombre y para el hombre, todas las organizaciones de la sociedad tienen sentido solo si hacen de la dimensión humana su principal preocupación”. Escuchar eso de la boca de un cardenal –no dice una palabra acerca de Dios.

El Arzobispo continúa: “Por su parte, el Cardenal Ratzinger presentando uno de estos grandes documentos sobre las relaciones entre el Magisterio y los teólogos, afirma por primera vez con claridad que las decisiones del Magisterio puede que no sean la última palabra sobre la materia, sino una suerte de disposición provisional –“El  núcleo puede permanecer fijo, pero los aspectos particulares que tuvieron alguna influencia, las circunstancias del tiempo, podrían necesitar una rectificación posterior. A este respecto debemos señalar la declaración de los papas del siglo pasado, las decisiones anti-modernistas dieron un gran servicio en su día, pero ahora ya son obsoletas” y entonces damos vuelta a la página y el problema con el Modernismo se fue. Tales pensamientos son absolutamente sin sentido”, dice el Arzobispo.

Finalmente el Arzobispo dice: “El Papa es más ecuménico que nunca. Todas las ideas falsas del concilio continúan desplegándose, cada vez con mayor claridad. Ellos se están escondiendo cada vez menos. Por lo tanto es absolutamente inconcebible el aceptar colaborar con tal jerarquía”.

Monseñor Fellay no está de acuerdo con esto. El Padre Pfluger, el Padre Nely, el Padre Schmidberger, el Padre de Chalard –estos líderes de la Fraternidad que quieren que ésta se vuelva conciliar, no ponen atención a lo que dijo el Arzobispo, o dicen “Roma ha cambiado”. Ese es su gran tema –Roma ha cambiado. Bueno, quisiera que Monseñor Fellay viniera aquí a persuadirlos o a darles sus argumentos de por qué Roma ha cambiado. Cuando Monseñor Tissier fue a Menzingen y escuchó a Monseñor Fellay, le dijo: -bien, Su Excelencia, usted dice que Roma ha cambiado, deme sus argumentos. Monseñor Fellay le dio una serie de pequeños indicadores, de pequeñas anécdotas, pequeñas cosas, pequeñas golondrinas –una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete golondrinas, y dijo “siete golondrinas hacen verano”. No. No lo hacen. Es paja en el viento. No es un cambio real por parte de Roma, y la prueba es Asís y la beatificación de Juan Pablo II. Si Roma hubiera entendido verdaderamente a la Tradición, ¿cómo podría beatificar a Juan Pablo II?

En realidad, el verdadero problema es este: que de parte de Benedicto XVI es una verdadera benevolencia porque un subjetivista puede incluso aceptar a la Verdad mientras que la Verdad no reclame ser la Verdad exclusiva. Si lo que quiero es ir a la colección de todas las religiones como un buen chico tradicional, y veo a todos y amo a todos y admiro a todos y hago que todos me admiren y les guste y me llevo con todo el mundo- eso está bien. Esa clase de Tradición castrada está bien para ellos, pero si la Traición llega y les dice “ustedes son un montón de mentirosos, la mayoría de ustedes por su negación de la Divinidad de Jesucristo, el resto porque niegan la Santa Comunión, y/o reniegan de las reclamaciones del Papa, y ustedes están en el camino al infierno y todos ustedes están malditos” –esa clase de Tradición no está permitida. No es kosher. No está permitida. Eso es lo que el Arzobispo está diciendo. Lo pongo en un modo más coloreado pero esto es lo que es.

Entonces, el argumento de aquellos que quieren que la Fraternidad vaya con Roma ahora es que Roma ha cambiado, pero no lo ha hecho. Bueno, ustedes pueden argumentar si ha cambiado o no. Escuchen los argumentos y vean si los persuaden. Si los persuaden, bien, pero a mí no me persuaden cuando veo cosas como  la beatificación y las cosas que los romanos siguen haciendo y diciendo. Todo lo que el Arzobispo menciona es de hace 20 años. De lo que habla Monseñor de Galarreta es de las discusiones doctrinales del 2009 al 2011, hace solo un año, por lo que es muy reciente, y Monseñor de Galarreta dice que estos personajes están hablando solamente del concilio y quieren que nosotros aceptemos el concilio. Este es el final de los contactos con Roma pero –“Oh no, ahora que sabemos lo que Roma piensa y que Roma sabe lo que pensamos, es tiempo de empezar a hablar de nuevo”. Esto es lo que dijo el padre Pfluger. Por lo tanto, ellos no están funcionando en la doctrina. Como mucha gente en la actualidad, no entienden la primacía de la doctrina.

¿Qué es doctrina? ¿Qué es la fe? Cada hombre tiene algo de fe. El cree en algo. El tiene una idea de para qué es la vida. Podría ser el vino, mujeres y canciones. Puede ser que para hacer un millón de dólares. Puede ser para convertirse en el mejor tenista para ir a Wimbledon. Puede ser que para ir al cielo. En cualquier caso, cada hombre tiene algo de doctrina, algo de fe, algún propósito en la vida, alguna convicción de para qué es la vida y alguna doctrina que exprese esa convicción, entonces cada hombre, en cierto sentido, tiene algo de doctrina. Ahora, la principal diferencia entre los seres humanos es de los que tienen la doctrina católica y los que no la tienen. Es la diferencia más grande, porque aquellos que tienen la doctrina católica están marchando a un ritmo completamente diferente del que tiene el mundo, sea Wimbledon o dinero, o prestigio, o gloria, o vino, o mujeres y música, lo que sea, todas son cosas mundanas. El católico no marcha con este mundo. Marcha al ritmo del cielo. Por lo tanto el Católico es único en su clase. Es el único que está convencido de que si muere en estado de gracia, gracias a Nuestro Señor Jesucristo, con ayuda de los Sacramentos, irá al cielo y será feliz por toda la eternidad. Hay una vida después. Está el cielo. Hay un grave riesgo del infierno. Todo esto es doctrina, la cual es enseñada por la Iglesia, y la doctrina es simplemente la expresión de la realidad.

Santo Tomás dice: “Cuando digo que creo en Dios, no estoy creyendo en la proposición, yo creo en Dios. Estoy creyendo en Dios”. Hay una realidad que es el objeto de mi fe, y la doctrina es la expresión de esa realidad. Creo en Dios –esa es la proposición. Está la doctrina. Dios existe en la doctrina, y yo creo en el Dios que existe. Creo en Nuestro Señor Jesucristo. Creo en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Creo en la Santa Eucaristía. Creo en estas cosas, son realidades. Creo que son realidades. Si el hombre no cree en ellas, está marchando a un ritmo muy diferente. ¿Cómo puede la gente que marcha en un ritmo totalmente diferente marchar al paso? El concilio cambió el ritmo. El concilio cambió, de creer en el cielo a creer en este mundo –Gaudium et Spes- este maravilloso mundo, todo es del hombre para el hombre, no es de Dios y para Dios, sino del hombre para el hombre. Qué locura.

Es porque la gente no comprende la importancia de la doctrina que no ven el por qué la Fraternidad tiene que permanecer en la línea de Monseñor Lefebvre. Ellos piensan que la vida Católica significa ser amable con todos y entonces queremos ser amables con el mundo moderno, entonces queremos ir con el mundo, entonces queremos ir con el Concilio. No. El papa Juan Pablo II fue amable con todos, creía en la libertad religiosa –tu religión es buena, apretón de manos, tu religión es buena, apretón de manos, una foto. La gente de la televisión ha perdido su dominio de la doctrina. Han perdido su dominio de la realidad. Han perdido su dominio del pensamiento. Han perdido completamente su dominio de las verdades de la fe, y todos ellos están marchando a uno u otro ritmo mundano. Simplemente no entienden ya la importancia de la doctrina. ¿Cuánta gente en realidad piensa, cuántos usan su mente? En cosas materiales, en cosas electrónicas, en Sudoku –en abundancia. En la realidad de la próxima vida –muy pocos.

Pregunta –“Usted dijo, señalando a Dom Gérard y otros, “ellos nos están traicionando. Ahora están estrechando las manos de los demoledores de la Iglesia, con liberales, con modernistas”. ¿No fue un poco severo?

Monseñor Lefebvre –“No, no lo es. Ellos acudieron a mí durante 15 años. Me pidieron, como obispo, que ordenara sus candidatos para que el monasterio pudiera tener no solamente a Dom Gérard como sacerdote, también otros sacerdotes. Los ordené durante 15 años. Ellos me lo pidieron y yo siempre lo hice. Yo no soy quien los buscó. Son ellos los que vinieron a mi pidiéndome mi apoyo para sus ordenaciones, por la amistad de nuestros sacerdotes, y al mismo tiempo que abrimos todos los prioratos para ayudar a su monasterio económicamente. Ellos hicieron uso de nosotros todo lo que pudieron. Nosotros lo hicimos gustosos e incluso generosamente. Yo estaba muy contento al hacer sus ordenaciones, abrimos nuestras casas para que pudieran beneficiarse de la generosidad de nuestros benefactores, y de repente recibo una llamada de teléfono –“Ya no lo necesitamos, terminamos. Nos vamos con el Arzobispo de Avignon. Ahora tenemos un acuerdo con Roma. Hemos firmado un protocolo. No me hizo feliz tener tantas dificultades con Roma. No me hizo feliz que hubiéramos tenido que luchar de esta manera. Hemos estado luchando por principios, para mantener la fe católica y ellos estaban de acuerdo con nosotros.
Ellos colaboraron con nosotros, y de repente, abandonaron la verdadera lucha para juntarse con los demoledores de la Iglesia con el pretexto de que los demoledores les darían algunos privilegios. Eso no es aceptable. Ellos abandonaron prácticamente la lucha por la fe. Ya no pueden atacar a Roma. Es lo mismo que hizo el padre de Blignières. Una vez fue tradicionalista. Escribió un libro condenando la libertad religiosa, pero ahora escribe a favor de la libertad religiosa. Ya no se puede contar con hombres como ellos que no han entendido la cuestión doctrinal. En cualquier caso, esa gente está cometiendo un grave error. Han pecado gravemente actuando del modo que lo hicieron, deliberadamente y con una increíble falta de seriedad”.

Monseñor de Galarreta llega a su tercer punto, que es la cuestión doctrinal, que es el problema esencial y está subdividido en tres secciones. Lo siguiente es todo de Monseñor de Galarreta. Pueden ver que es sólido.

Debemos mirar el marco dentro del cual pretenderían incorporarnos. Un acuerdo significa, nos guste o no, integrarnos a su sistema, a su determinada manera de pensar y a una realidad que no depende de nosotros, depende de su pensamiento, su teología, su acción, y así es como van a presentarlo. Acabamos de ver en las discusiones doctrinales cuál es su idea. Es modernismo puro, revisado y corregido. En particular hay tres principios que aceptaríamos implícitamente –relativismo de la Verdad, lo que significa que no hay una verdad absoluta, ni siquiera la Verdad dogmatica y la necesidad de pluralismo en la Iglesia”.  Relativismo de la Iglesia significa que no hay verdad absoluta. Toda la verdad es relativa. Pluralismo en la Iglesia significa que puede haber toda clase de iglesias dentro de la Iglesia.

En cuanto a nosotros, tenemos la experiencia y el carisma de la Tradición, pero lo que tenemos es una verdad parcial, en lo que a ellos concierne”. La Tradición tiene su propia verdad, tiene su propio carisma, sería incorporada a la gran carpa porque tiene algo para contribuir, pero una Verdad exclusiva y absoluta –de ningún modo para los conciliares. “Su sistema modernista y dialectico que llama a los contrarios, les permitiría integrarnos en el nombre de la unidad en la diversidad como siendo un elemento positivo e incluso necesario, respetando a las otras personas en la Iglesia y las otras realidades, y que permaneceríamos abiertos al diálogo y siempre estaríamos buscando la Verdad”.

Los Católicos no estamos buscando la Verdad. Por la Gracia de Dios, poseemos la Verdad. No estamos siempre buscándola, la tenemos. Siempre podemos aprender más, pero saber más no significa decir que no tengo lo que en realidad ya tengo. Poseo la Verdad. No la busco. Yo lo sé.

La prueba de esto es que están prestos a aceptarnos después de que cada parte reconozca una necesaria y profunda oposición doctrinal”.

Este es exactamente el Padre Pfluger. Entonces Monseñor de Galarreta está diciendo que los romanos lo único que quieren es que las diferencias doctrinales estén claras y reconocidas. Lo que dice el Padre Pfluger es que desde el momento en que las discusiones fueron simplemente para establecer las diferencias, ahora podemos seguir adelante para establecer un acuerdo práctico.

“¿Cómo podemos aceptar implícitamente tal principio por una integración explícita en su sistema y por la interpretación oficial que ellos le dan, cuando son los mismos cimientos del modernismo que destruye toda la Verdad natural y sobrenatural? Es aceptar el relativismo de la Tradición y de la única y verdadera Fe. ¿Cómo puede la Fraternidad entrar en una cosa así? Un acuerdo significaría, uno –necesariamente relativizar la Verdad; dos –la interpretación del Vaticano II de acuerdo a la Tradición; tres –la evolución de la Fe”.


jueves, 29 de noviembre de 2012

UNA NUEVA POSICIÓN EN RELACION CON LA IGLESIA OFICIAL




“UNA NUEVA POSICIÓN EN RELACION CON LA IGLESIA OFICIAL”

(Mons. Fellay)


Introducción, resaltado y notas al pie de Syllabus

Explica el Padre Calderón, en su excelente libro “Prometeo. La religión del hombre” (libro deliberadamente no traducido al inglés y al francés), que algunas de las propiedades que caracterizan al espíritu conciliar, son el optimismo –que no es católico, pues éste es la “esperanza cierta del bien óptimo, que es Dios”-; el inclusivismo –contrariando el pronunciamiento “exclusivo” e intolerante de la verdad que deja afuera al error y los que lo sostienen-, y que según el Padre Calderón se compone de subjetivismo y ambigüedad, y, esto visto por Monseñor Lefebvre, el pacifismo (Cfr. “Lo destronaron”).
No nos quedan dudas de que el discurso y la actitud adoptadas por Monseñor Fellay y sus adictos se corresponden –cada vez menos sutilmente- con estas características. La carta a los tres obispos o la entrevista a la cadena norteamericana –cuyo video puede verse en nuestro blog- son claras al respecto. Lo mismo sus sermones y conferencias, vistos con ojos atentos (un buen método es, no ya compararlos con los de Mons. Williamson, sino con los de Mons. Lefebvre; se notará la diferencia entre un lenguaje católico y otro ambiguo, aunque por momentos sea católico). Y tal vez como pocos lo sean estas palabras suyas que reproducimos a continuación, dirigidas solamente a los miembros de la FSSPX, en marzo de 2012, no difundidas ni dadas a conocer ni a los fieles ni a los miembros de la Tercera Orden, los que sin embargo tienen derecho a conocerlas ya que está en juego la fe, y este es un bien común que no pertenece sólo a un grupo de Superiores que pueden ponerla en riesgo mediante transacciones diplomáticas y en el mayor de los secretos.
Monseñor Fellay, en oposición al agorero de males de Mons. Williamson (¡como los Profetas del Antiguo Testamento!), se muestra cada vez más con un “simpático optimismo”, que, como explica Monseñor Straubinger, “según la Biblia es la característica de los falsos profetas”. Los cuales deben ser aceptados por el mundo “tolerante y civilizado” distinguiéndose y separándose de los “extremistas”, los “ultras”, los disidentes retrógrados o “neo-nazis” (¡recuérdese a Castellani y “Su majestad Dulcinea”!) que osan proclamar  a toda costa la verdad.
Tengan, pues, esto presente los fieles de la Fraternidad que hasta ahora han desatendido la cuestión, por miedo, falsa prudencia, o tibieza, y que acusan con suma ligereza de exagerados, chocantes o “salvajes” a los que ponen estos temas sobre la mesa. Y lean, estudien, recuerden y comparen. Sepan que, como decía el Padre Garrigou-Lagrange: “Es imposible amar profundamente la verdad sin detestar la mentira”. Porque entonces perdemos la noción de que esta vida es un combate permanente, y entonces subestimamos al enemigo, que nos termina engañando por no haber sabido velar, como nos lo ordenó Nuestro Señor (Mt. 24, 42).


PALABRAS DEL SUPERIOR GENERAL


Estimados miembros de la Fraternidad:

Como todos ustedes ya lo saben, el otoño pasado estuvo marcado por la cuestión de nuestras relaciones con Roma, y en particular por dos hechos sorprendentes.

El primero fue la ausencia de evaluación por parte de Roma sobre las discusiones doctrinales realizados durante dos años por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Lo único que se nos comunicó fue una observación indirecta y no oficial según la cual estas discusiones habrían demostrado que la Fraternidad no atacaba ningún dogma. Pero oficialmente: nada. Ni una palabra positiva o negativa. Como si estas discusiones no hubiesen tenido lugar[1], a pesar de que nosotros fuimos invitados a ver el cardenal Levada para eso. De hecho, en el prólogo del Preámbulo propuesto el 14 de septiembre, simplemente se menciona que las discusiones han alcanzado su objetivo, que era exponer y clarificar nuestras posiciones. Lo que equivale tan solo a establecer un status quaestionis, pero nada más. En el mismo prólogo, se hace mención de peticiones y preocupaciones de la Fraternidad en relación con el mantenimiento de la integridad de la fe. Uno podría considerar esto como una alusión a favor nuestro. Pero eso es todo.

Las discusiones terminaron, es cierto, un tanto precipitadamente, tropezando con el tema del Magisterio actual, con su relación con la Tradición, con el magisterio de la Iglesia en tiempos pasados y con la evolución de la Tradición. Así pues, todo parece indicar, por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que estas discusiones efectivamente han terminado.[2]

El segundo acontecimiento es la propuesta hecha por esta misma Congregación: de reconocer la Fraternidad concediéndole un estatuto jurídico de prelatura personal con la condición de firmar un texto ambiguo, del cual hablamos en el último Cor Unum. Esto es sorprendente, ya que las discusiones han mostrado un profundo desacuerdo en casi todas las cuestiones planteadas.[3]

Por nuestra parte, nuestros expertos han mostrado bien la oposición que existe entre, por un lado, la enseñanza de la Iglesia perenne, y por el otro, el Concilio Vaticano II con sus consecuencias.[4]

Por parte de Roma, los expertos se han esforzado en decir que nosotros estamos equivocados, que atribuimos indebidamente los abusos y errores (que ellos reconocen) al Concilio, cuando se deben a otras causas, porque la Iglesia no puede hacer nada malo y porque no puede enseñar el error. Incluso fuimos acusados de ser protestantes, porque habríamos elevado nuestra propia razón y juicio por encima del Magisterio actual; porque elegiríamos en el pasado lo que nos gusta para oponerlo al Magisterio actual, mientras que es a éste a quien incumbe hacer presente las enseñanzas del pasado, ya que es también la regla próxima de la fe.

Nuestros expertos han respondido que el depósito de la fe, que fue confiado a la Iglesia, no tiene ningún crecimiento nuevo, sino sólo un desarrollo homogéneo “in eodem sensu”. El depósito quedó cerrado con la muerte de los Apóstoles. Sin embargo, puede haber algún progreso cuando una verdad implícita se explica más explícitamente, o se expresa por una fórmula más precisa. El progreso subjetivo, es decir, el de los creyentes, es también válido, pero es más difícil de delimitar: en principio, un adulto debería conocer mejor su fe que un niño. Ambas formas de progreso han sido reconocidas desde hace tiempo, pues San Vicente de Lerins, ya habló de ellas en su Commonitorium.  Y los límites también fueron puestos desde ese momento. El Concilio Vaticano I hizo lo mismo. El Vaticano II, por su parte, mezcla esas dos formas de progreso y utiliza términos muy vagos que pueden entenderse ya sea de manera tradicional, ya    sea   de    manera moderna. Los progresistas han ampliamente usado y abusado de ello.

Así pues, hemos recibido una propuesta que trataba de hacernos entrar en el sistema de la hermenéutica de la continuidad. Ésta afirma que el Concilio está y debe estar en perfecta armonía con la enseñanza de la Iglesia a través de todos los tiempos. ¡El Concilio Vaticano II! ¿Un concilio tradicional?

Hemos respondido que efectivamente el Concilio, y toda la Iglesia, deben estar en plena armonía con las enseñanzas del pasado, con la Tradición. Es un principio fundamental de la Iglesia. Sin embargo, la realidad de los hechos contradice la posibilidad de cualquier tipo de continuidad.

“Contra factum non fit argumentum”. ¿Cómo tal cosa es posible? ¡Es un misterio! De hecho, ¿esto no contradice la promesa de la asistencia divina dada por nuestro Señor a su Iglesia? Al parecer, sí, y hay allí un gran misterio cuya posibilidad tratamos de explicar por medio de distinciones y definiciones, pero reconociendo que la realidad misma de la crisis es en sí misma un gran misterio permitido por Dios.

Por primera vez el 1º de diciembre, y por segunda vez el 12 de enero, comunicamos a Roma la imposibilidad en que nos encontramos de firmar un documento que contiene tales ambigüedades. Con el fin de no cortar todos los contactos[5], hemos propuesto una alternativa, inspirados en un pensamiento que Monseñor Lefebvre dirigió al Cardenal Gagnon en 1987: aceptamos ser reconocidos TAL COMO SOMOS[6]. Es importante no dejar de tener relaciones y mantener la puerta abierta[7], incluso si nada nos permite pensar que la Congregación para la Doctrina de la Fe estaría de acuerdo en abordar, así sea de lejos, una tal perspectiva.

Acabamos de recibir una respuesta de esa Congregación a nuestra propuesta el 16 de marzo. Se trata de una carta cuyo contenido es duro y se presenta como un ultimátum[8] y, por supuesto, es un rechazo de nuestro texto. Si mantenemos nuestra posición, en un mes vamos a ser declarados cismáticos, porque de hecho negaríamos el Magisterio actual. Sin embargo la discusión que siguió a la entrega de la carta permitió ver un poco más claras las exigencias de la Congregación de la Fe.

Para entender bien cuál es la dirección que tomamos en esta nueva situación, nos parece bueno exponerles algunas consideraciones y precisiones:[9]

1. Nuestra posición de principio: la fe primero y antes que todo; queremos permanecer católicos y por ello mantener la le católica por encima de todo.

2. La situación de la Iglesia puede obligarnos a tomar medidas de prudencia relacionadas y correspondientes con la situación concreta. El Capítulo General de 2006 emitió una línea de acción muy clara en lo que atañe a nuestra situación con Roma. Damos prioridad a la fe, sin buscar de nuestro lado una solución práctica ANTES de resolver la cuestión doctrinal.

No se trata aquí de un principio, sino de una línea de conducta que debe regular nuestras acciones concretas. Estamos aquí frente a un razonamiento en el que la premisa mayor es la afirmación del principio de la primacía de la fe para permanecer católicos. La premisa menor es una constatación histórica sobre la situación actual de la Iglesia; y la conclusión PRÁCTICA se inspira en la virtud de la prudencia que regula el actuar humano; nada de buscar un acuerdo en detrimento de la fe. En 2006, las herejías siguen surgiendo, las mismas autoridades propagan el espíritu moderno y modernista del Vaticano II y lo imponen a todos como una aplanadora (es la premisa menor). Es imposible llegar a un acuerdo práctico a menos que las autoridades se conviertan; de lo contrario seriamos aplastados, despedazados, destruidos o sometidos a presiones tan fuertes que no podríamos resistir (es la conclusión).

Si la premisa menor cambiase, es decir, si hubiese un cambio en la situación de la Iglesia en relación con la Tradición, esto podría llevar a un cambio correspondiente de la conclusión, ¡sin que nuestros principios hubieran cambiado en nada! Como la Providencia se expresa a través de la realidad de los hechos, para conocer Su voluntad, debemos seguir con atención la realidad de la Iglesia, observar, examinar lo que sucede.

Ahora bien, no hay ninguna duda que desde 2006, estamos asistiendo a un desarrollo en la Iglesia, a un cambio importante y muy interesante, aunque poco visible[10]. Sin embargo, esta evolución, ayudada por las medidas, aunque tímidas, llevadas a cabo por el Soberano Pontífice en lo que concierne a la vida interna de la Iglesia, está también contrarrestada por una gran parte de la jerarquía que no quiere saber nada de ello. Por otra parte, el intento de restauración interna se pone “debajo del celemín” con la afirmación constante de la importancia del Concilio Vaticano II y de sus reformas. En particular las que tienen que ver con la vida de la Iglesia ad extra; sus relaciones con el mundo, con las demás religiones y con los Estados.

Estamos asistiendo a un doble movimiento opuesto y desigual:

La jerarquía, compuesta por la gente que hizo el Concilio (generación hoy casi extinta) y los que han aplicado el Concilio, que pasaron de la Iglesia de antes del Concilio -tradicional, pero ya marcada en parte, por el apetito de las novedades- a la Iglesia conciliar o pos-conciliar, con una manía loca por la novedad, con la catástrofe que siguió. La mayoría no quiere volver atrás; tal vez algunos de ellos admiten que hubo abusos, etc., incluso una crisis, pero la causa nunca podrá estar en el Concilio.

Por el otro lado, las generaciones posteriores tienen otra mirada sobre el estado de la Iglesia. Estas no tienen ese lazo afectivo visceral con un Concilio que ellas mismas no han conocido. Y conocen mucho menos el pre-Concilio. Algunos en el seno de estas generaciones, más numerosos de lo que se piensa, no saben ni siquiera que antes había otro rito. Lo que éstos ven es una decadencia muy triste y muy poco entusiasmante, experimentando así una frustración y una desilusión profunda[11]: los monasterios se cierran, la falta de vocaciones se hace sentir en todas partes, las iglesias están vacías. Al no haber recibido una buena y sana doctrina, no saben bien lo que han perdido, pero cuando se dan cuenta, un poco gracias al contacto con la Tradición, entonces experimentan una gran amargura, se sienten traicionados, privados  de  este  inmenso  tesoro.  Este  movimiento  está creciendo, es evidente, un poco en todo el mundo, especialmente entre los sacerdotes jóvenes y entre los seminaristas. Escapa a la jerarquía -en parte- la cual trata de ahogar este deseo desde sus comienzos, esta tendencia de restauración de la Iglesia.

Los pocos actos de Benedicto XVI en este sentido, actos ad intra que afectan a la liturgia, la disciplina, la moral son pues importantes[12], aunque su aplicación deja todavía que desear.

Constatamos, sin embargo, algunos de esos elementos hasta entre los obispos jóvenes, algunos de los cuales nos expresan claramente sus simpatías, pero discretamente, o incluso un acuerdo de fondo: “¡Ánimo, continuad, permaneced como sois, vosotros sois nuestra esperanza...!” ya no son palabras raras en las bocas episcopales que nos encontramos.

¡Es tal vez en Roma en donde estas cosas son más manifiestas! Tenemos ahora contactos amigables en los dicasterios más importantes, ¡también entre los más allegados al Papa![13]

Nuestra percepción de esta situación es tal que creemos que los esfuerzos de la jerarquía que envejece no podrán detener más este movimiento que nació y que quiere y espera aunque vagamente - la restauración de la Iglesia. Aunque no hay que excluir el regreso de un “Juliano el Apóstata”, no creo que este movimiento pudiera ser detenido.

Si esto es cierto, y de eso estoy seguro[14], eso exige de nosotros una nueva posición en relación con la Iglesia oficial[15]. Es evidente que tenemos que apoyar con todas nuestras fuerzas a este movimiento, posiblemente guiarlo, iluminarlo. Esto es precisamente lo que muchos esperan de la Fraternidad.

Es en este contexto que conviene interrogarse sobre el reconocimiento de la Fraternidad por la Iglesia oficial. ¡No se trata para nosotros de pedir una tarjeta de identidad que ya tenemos! No se trata tampoco de un falso complejo o de un “sentimiento de gueto”. Se trata de una mirada sobrenatural sobre la Iglesia y el hecho de que ella permanece en manos de Nuestro Señor Jesucristo[16], aún desfigurada por sus enemigos. Nuestros nuevos amigos en Roma afirman que el impacto de tal reconocimiento sería extremadamente poderoso para toda la Iglesia, como una confirmación de la importancia de la Tradición para la Iglesia. Sin embargo, tal realización concreta requiere dos puntos absolutamente necesarios para asegurar nuestra supervivencia:

El primero es que no se le pida a la Fraternidad concesiones que afecten la fe y lo que emana de ella (la liturgia, los sacramentos, la moral, la disciplina).

El segundo es que se le conceda a la Fraternidad una verdadera libertad y autonomía de acción, y que éstas le permitan vivir y desarrollarse concretamente.[17]

Humanamente hablando, dudamos de que la jerarquía actual esté dispuesta a ello. Pero una serie de indicaciones muy graves nos obligan a pensar que, no obstante, el Papa Benedicto XVI estaría listo para ello.[18]

La Iglesia está hoy en día tan debilitada, la jerarquía dividida, que no creemos ya posible la acción de la aplanadora. Por el contrario, estamos ganando terreno cada día, en nuestra situación actual, aunque la Fraternidad sea todavía acusada por muchos de ser cismática.[19]

Que quede bien claro que está totalmente excluido que entremos en un movimiento de sometimiento que consistiría en tragarnos el veneno conciliar y en ceder en nuestras posiciones. No se trata en absoluto de eso.

Sin embargo, si tenemos en cuenta las lecciones de la historia de la Iglesia, vemos que los santos, con una gran fortaleza de alma y de fe hicieron volver a las almas perdidas en situaciones de crisis graves, usando de una gran misericordia (y firmeza) sin caer en una excesiva rigidez reprensible[20], como fue por ejemplo el caso de los Donatistas, o de Tertuliano. Y, sin negarse, no obstante, a trabajar con y en la Iglesia, a pesar de la ocupación arriana (por ejemplo) y de numerosos obispos que estaban todavía en sus funciones.

Saquemos las lecciones de esta historia, considerando el admirable equilibrio de nuestro venerado fundador Monseñor Lefebvre; un equilibrio de fuerza, de fe y de caridad, de celo misionero y de amor por la Iglesia.

Serán las circunstancias concretas las que nos muestren cuando será el tiempo de "dar el paso" hacia la Iglesia oficial.[21] Hoy en día, a pesar del acercamiento romano del 14 de septiembre y debido a condiciones impuestas, esto todavía nos parece imposible. Cuando Dios lo quiera, ese tiempo vendrá. No podemos tampoco excluir, porque el Papa parece poner todo su peso en este asunto, que esta situación conozca un súbito desenlace.[22] En cuanto a nosotros, permanezcamos muy fieles y deseosos de agradar solo a Dios. Esto basta, Él conducirá sin duda nuestros pasos, como lo ha hecho desde la fundación de la Fraternidad.

Confiamos y consagramos nuestra Fraternidad amada al Corazón Inmaculado de María, terrible como un ejército formado en batalla. Que como una buena Madre, ella se digne protegernos, guiarnos a la victoria en medio de tantos peligros: ¡su triunfo sobre la tierra y nuestra salvación en el cielo!

Deseándoles un final de la Cuaresma y un tiempo Pascual llenos de gracias, os bendigo,

+ Bernard Fellay, Domingo Laetare, 18 de marzo de 2012. Cor Unum, nº 101, marzo 2012.



NOTAS DE SYLLABUS:

[1] Esto significa que Roma manifiesta un desinterés absoluto por la Tradición católica; un desprecio terrible por la verdad; un desdén invencible por los tradicionalistas. “Como si estas discusiones no hubieran tenido lugar”. ¿Hay allí voluntad de conversión? Esto solo bastaría para que la FSSPX dijera adiós y continuara su camino. Sin embargo, se busca un acuerdo más allá de lo doctrinal, de allí que se continúen las “conversaciones”, aunque por el momento estén “bloqueadas”.
Explica Mons. Straubinger que “el Libro de los Proverbios confirma muchas veces cómo es más fácil enseñar al ignorante que al persuadido de saber algo, pues éste difícilmente se coloca en la situación del discípulo ávido de aprender”. (Nota a Romanos 15, 21).
La jerarquía orgullosa del Vaticano, como fariseos que son, han demostrado con este silencio –o con el silencio absoluto cuando Mons. Fellay le remitió al Papa los doce millones de rosarios de los fieles y sacerdotes de la Fraternidad- el mayor desinterés por la verdad y el bien de la Iglesia. Entonces ¿se debe insistir en querer dar la buena semilla a quien sólo desea pisotearla? Mons. Fellay dirá temerariamente que sí, como se verá luego.
“Al hombre sectario, después de una y otra amonestación, rehúyelo, sabiendo que el tal se ha pervertido y peca, condenándose por su propia sentencia” (S. Pablo, Carta a Tito 3,10).

[2] Por lo tanto, no hubo acuerdo doctrinal. Los modernistas quieren seguir siendo modernistas, y los tradicionalistas, tradicionalistas. Entonces, ¿para qué seguir forzando la situación? ¿Para qué buscar la aprobación de aquellos que contradicen la doctrina católica de siempre y por lo tanto en su pertinacia se hacen enemigos de Cristo? Alguien podría responder: por caridad. Ah, pero sin la debida prudencia, pareciera más ecumenismo que caridad. Como dijo San Isidoro de Sevilla: “Conviene que el servidor de Dios conozca las emboscadas del demonio y esté prevenido contra ellas, y así permanezca en la vida de inocencia con simplicidad, pero de tal modo que sea con sencillez prudente; quien no junta la prudencia con la sencillez, según un profeta, es una paloma engañada por simple; y no tiene corazón porque desconoce la prudencia”.

[3] Así, si la Roma modernista no está dispuesta a aceptar la fe de siempre, a volver a la Tradición católica, ¿no puede pensarse en buena lógica que se trata de una trampa o de una maniobra para hacer renunciar a la FSSPX de esta doctrina católica de siempre, tal la propuesta recibida?

[4] Comienza acá la parte específicamente tradicional del texto.

[5] En esto se contradice y desobedece al Fundador de la Fraternidad, Mons. Lefebvre. Que dijo por ejemplo, en el año 1989: “En consecuencia, y ante esta situación, es ciertamente imposible para nosotros poder mantener contactos con Roma, porque hasta ahora Roma continúa exigiendo, para que nosotros recibamos algo (lo que sea, bien indulto para la Santa Misa, para la liturgia o para los seminarios) que firmemos la nueva profesión de fe, que fue redactada por el cardenal Ratzinger, en el mes de febrero último, y que contiene explícitamente la aceptación del Concilio y de sus consecuencias” (Sermón en el 60 aniversario de su sacerdocio, París, Le Bourget, 19 nov. 1989).
Por  lo que se ve, el cardenal Ratzinger (hoy Papa Benedicto XVI) continúa fiel al error de entonces y sigue exigiendo lo mismo; es la FSSPX quien ha cambiado.

[6] Mons. Fellay se “inspira” en un pensamiento de Mons. Lefebvre dirigido al Cardenal Gagnon en 1987, pero deja de lado el pensamiento posterior de Mons. Lefebvre con respecto a esa actitud ante Roma y específicamente al card. Gagnon. Así lo expresaba en 1989: “En este momento parecía que no formulaban exigencias a propósito de la adhesión al Concilio. No hablaban de ello y hacían incluso una alusión a la po­sibilidad de tener un obispo que fuese mi sucesor.
Parecía un cambio bastante profundo, bastante radical. Enton­ces surgió la cuestión de saber qué debíamos hacer. Yo mismo fui a Rickenbach a ver al Superior ge­neral y a sus asistentes para pre­guntarles: ¿qué piensan ustedes? ¿Tomamos la mano que se nos tiende? ¿O bien la rechazamos? Yo, personalmente, dije, no tengo ninguna confianza. Hace años y años que frecuento este medio, años que veo la manera en que ac­túan. No tengo ninguna confianza. Pero no quisiera que en la Her­mandad y en los medios de la Tra­dición se diga: Pudieron intentar­lo. Poco costaba discutir, dialogar. Esta ha sido su opinión: hay que tomar en consideración el ofreci­miento que se nos hace y no des­preciarlo. Vale por lo menos la pena el hablar con ellos.
En ese momento acepté ver al cardenal Ratzinger e insistí mucho cerca de él para que mandaran un visitador. Esperaba que esta visita daría como resultado mostrar los beneficios del mantenimiento de la tradición, constatando al mismo tiempo sus efectos. Pensaba que es­to habría podido reforzar nuestras posiciones en Roma y que las peti­ciones que haría para obtener va­rios obispos y una comisión en Ro­ma para defender la Tradición tendrían más posibilidades de éxito.
Pero rápidamente nos dimos cuenta de que teníamos que tratar con personas que no son honra­dasYa desde el regreso del car­denal Gagnon y Mons. Perl a Ro­ma el desprecio se lanzaba sobre nosotros. El cardenal Gagnon ha­cía en los periódicos declaraciones inverosímiles. Según él, el 80% nos dejarían si yo hacía las consa­graciones. Nosotros deseábamos el reconocimiento: Roma quería la reconciliación y que nosotros reconociésemos nuestros supues­tos errores. Los que nos habían vi­sitado decían que después de todo no habían visto más que el exte­rior, que sólo Dios ve el interior y que por consiguiente la visita no valía lo que valía... En resumen, que no correspondían a lo que habían dicho y hecho durante la visi­ta. Al volver al Vaticano, y encon­trar de nuevo la mala influencia de Roma, recobran su mentalidad y se vuelven contra nosotros, nos desprecian de nuevo”.
Por lo tanto, la poca confianza que Mons. Lefebvre tenía en Roma se esfumó cuando se dio cuenta de que era imposible entenderse con quienes sólo querían llevar a la FSSPX al Modernismo. Así como el “pensamiento inspirador” de 1987 se dio contra la pared y quedó en la nada, luego de que Mons. Lefebvre anulara el Protocolo firmado en 1988 reconociendo su error. No fue, entonces, aquella expresión dirigida al Card. Gagnon, la última palabra de Mons. Lefebvre. Pero ahora, ocultando la verdadera posición de Mons. Lefebvre con respecto a Roma, se “resucita” una consigna, “ser reconocidos tal como somos” sin ser tal como se era y sin exigirle a Roma que regrese a la Tradición, tal como lo pedía Mons. Lefebvre. Roma no puede reconocer a la Fraternidad sin antes reconocer la Verdad católica, sin antes reconocer el mal del Vaticano II, sin antes reconocer que el liberalismo es pecado. Si reconoce a la Fraternidad sin haber reconocido lo otro, eso significaría que la Fraternidad que reconoce no es portadora de esa Verdad católica a la que Roma modernista rechaza.

[7] Esto ya empieza a recordarnos a las ventanas abiertas de Juan XXIII por donde dejaba entrar el aire del mundo moderno en la Iglesia. Aunque podríamos decir que entró, por la ventana, el “humo de Satanás”, como confesaría el Papa Pablo VI. (Una revista modernista lo recuerda así: “En una ocasión, durante una audiencia en su biblioteca, alguien le preguntó qué objetivo quería conseguir con el concilio. “Mire”, dijo el Papa, levantándose y yendo hacia una de las ventanas que dan a la Plaza de San Pedro; abriendo la ventana, continuó: “Esto va a hacer el concilio: que entre un poco de aire fresco en la Iglesia”).

La pregunta a hacerse sería: dejar la puerta abierta ¿para qué? ¿Para que entren los ladrones de nuestra fe? En el final del párrafo Mons. Fellay cancela toda esperanza de respuesta positiva. ¿Y entonces? Es un párrafo ciertamente liberal.


[8] Por lo tanto no hay en estos Romanos la intención de aceptar la doctrina católica tradicional, sino someter a la FSSPX al Modernismo. ¿Y todavía no les queda claro?

[9] Todo lo anterior haría pensar que es imposible todo acuerdo con Roma, pero entonces Mons. Fellay cambia la marcha del escrito y se muestra como un liberal, el cual, como afirmaba Mons. Lefebvre, “es un hombre que vive perpetuamente en la contradicción, afirma los principios pero hace lo contrario, vive perpetuamente en la incoherencia” (Lo destronaron). Pablo VI, por ejemplo: “Luego de haber recordado todos los beneficios del latín: lengua sagrada, lengua estable, lengua universal, pide, en nombre de la adaptación, el “sacrificio” del latín; confesando incluso que será una gran pérdida para la Iglesia!” (Idem).
“Ese ‘sacrificio’, -sigue diciendo Mons. Lefebvre- en el espíritu de Pablo VI, parece haber sido definitivo. Lo explica nuevamente el 26 de noviembre de 1969 al presentar el nuevo rito de la misa: ‘ya no es el latín sino la lengua vernácula la lengua principal de la misa. Para quien conoce la belleza, el poder del latín, su aptitud para expresar las cosas sagradas, será ciertamente un gran sacrificio el verlo reemplazado por la lengua vulgar. Perdemos la lengua de los siglos cristianos, nos volvemos como intrusos y profanos en el dominio literario de la expresión sagrada. Perdemos así en gran parte esta admirable e incomparable riqueza artística y espiritual que es el canto gregoriano. Tenemos sin duda razón de sentir pesar y casi desconcierto’
“Todo debería entonces disuadir a Pablo VI de realizar tal ‘sacrificio’ y persuadirlo a conservar el latín. Pero no; complaciéndose en su ‘desconcierto’ de una manera singularmente masoquista, va a actuar en sentido contrario a los principios que acaba de enumerar, y va a decretar el ‘sacrificio’ en nombre de la ‘comprensión de la oración’, argumento especioso que no fue más que un pretexto de los modernistas”. (Idem)
Del mismo modo, Mons. Fellay describe largamente en sus conferencias y sermones lo mal que están las cosas en la Iglesia, lo mal que está Roma, la falta de respuestas a las discusiones doctrinales con la Fraternidad, la obcecación en el error, la persistencia del Papa en querer imponerle a la Fraternidad el Concilio Vaticano II, etc. Todo debería disuadir a Mons. Fellay de buscar un acuerdo práctico con Roma y persuadirlo a mantener la distancia y evitar un diálogo donde no hay entendimiento posible, especialmente con el Papa y los más influyentes cardenales. Pero no; su conclusión es la contraria. Sustentándose en la “buena voluntad” del Papa, y en que en Roma hay “amigos de la Fraternidad” (¿más poderosos que los masones y los judíos?), es decir, a partir de un argumento sentimental, subjetivo –pues ¿en qué hechos se demuestra que el Papa y estos amigos repudian el ecumenismo, la libertad religiosa y todos los errores modernistas, los cuales no pueden convivir con la verdad de la Tradición católica?-, insiste en comprometer la lucha de la Fraternidad tomando medidas internas que favorecen y complacen a los modernistas de Roma (expulsión de Mons. Williamson, etc). Es decir, dureza de palabras –hasta cierto punto- sobre (ojo, no con) la Roma modernista, pero dureza de acción para con los que se oponen en la Fraternidad a la Roma modernista. He allí un doble mensaje.

[10] Lo que dice con cierta ambigüedad aquí y en los párrafos siguientes es que la afirmación: “En 2006, las herejías siguen surgiendo, las mismas autoridades propagan el espíritu moderno y modernista del Vaticano II y lo imponen a todos como una aplanadora” ya no corre más, ya no es tan así, ahora las cosas van mejor en la Iglesia. Igualmente, la afirmación de que “es imposible llegar a un acuerdo práctico a menos que las autoridades se conviertan; de lo contrario seríamos aplastados, despedazados, destruidos o sometidos a presiones tan fuertes que no podríamos resistir”, también es falsa. Según Monseñor Fellay Roma ya no tiene tanto poder y la Fraternidad tiene mucho peso. Seguro: recordemos lo que pasó cuando las famosas y valientes declaraciones (que muchos cobardes tildan de torpes, ¡tendrían que decir lo mismo de Mons. Lefebvre, entonces, que debió afrontar y perdió un juicio por “racismo y antisemitismo”) de Mons. Williamson en el 2009, y cómo los modernistas empujados por la Sinagoga hicieron temblar a la FSSPX, logrando de Mons. Fellay declaraciones sumisas y una medida interna bajo presión como fue la salida de Mons. Williamson del Seminario de Argentina. ¿Acaso entonces se escuchó la voz de los “nuevos amigos” de la Fraternidad en el Vaticano, defendiendo a un obispo católico de las intromisiones de aquellos que fuera de la Iglesia pedían su cabeza por haber opinado de un tema histórico determinado?

[11] Si esto fuera así, ¿no convendría hablar más claro, confrontar con los modernistas, decir la verdad entera y no aligerada y ambigua? La adopción de un nuevo lenguaje, ambiguo, contradictorio, blando, conciliador, soft, está mostrando por el contrario que la posición de la Fraternidad no es de fuerza, sino de debilidad, ya que debe modificar el lenguaje para no “exasperar” a los romanos modernistas.
Por otra parte, ¿qué ocurre en las filas de la Fraternidad, frente a este optimismo acerca de los “jóvenes que descubren la Tradición en la Roma conciliar”? El liberalismo ha ido ganando a los fieles en sus costumbres, en sus vestimentas, en su comportamiento impropio durante las misas, en definitiva, en su pensamiento. Para una gran parte de los jóvenes que concurren a las capillas de la Fraternidad, Mons. Lefebvre no significa casi nada, apenas es un prócer del que han oído hablar mucho pero cuyos libros no leen y cuya lucha desconocen. Son jóvenes que no leen casi nada, mucho menos se forman acerca del liberalismo. Tal vez algunos hayan recibido alguna breve formación al respecto, pero pareciera que el liberalismo es algo lejano, algo que pasó en el Vaticano II y se quedó en Roma, pero que no puede aparecer entre nosotros. Como si la Fraternidad estuviera “blindada” contra este mal espíritu, duermen tranquilos en su cómoda posición: “A nosotros no nos puede pasar porque somos tradicionalistas”. Pero, precisamente, esa falta de espíritu combativo, de tener presente que se está en medio de una guerra, es una señal de la contaminación liberal. La tibieza está infectando lentamente a los fieles, deseosos de una paz con la Roma conciliar que será a costa de la verdadera fe. Ese adormecimiento viene de arriba hacia abajo, pero aún se está a tiempo de reaccionar.

[12] Sin resultar demasiado expresivo, tiene que quedar bien con Benedicto XVI, como si éste fuera una pobre víctima más de los modernistas. Mons. Fellay plantea muchas veces las cosas en términos políticos, dando a pensar que hay una división entre “progresistas” y “conservadores”, y que hay que apoyarse en los segundos para derrotar a los primeros. No ve o no dice que los segundos, modernistas moderados, son peores que los primeros, porque no se muestran del todo en su error y confunden introduciendo a veces en sus tremendos errores alguna verdad católica, como esos actos que menciona Mons. Fellay. ¡Como si no conociéramos el pensamiento del cardenal Ratzinger, a estas alturas!

[13] Como dijo Mons. Williamson: “Si un eclesiástico de la Iglesia Conciliar decide que el Concilio está mal, va a destruir el Concilio. O él tiene que salir de la Iglesia Conciliar o va a hacer todo lo posible para destruir el Concilio. Para eso se hizo el Concilio, para destruir la Iglesia. Si se da cuenta de eso, no se puede entrar en la Iglesia conciliar. Se hace tradicionalista. Llama a la puerta de la Fraternidad San Pío X, al igual que algunos sacerdotes lo han hecho, y trabaja con la Fraternidad San Pío X para reconstruir la Iglesia, en lugar de destruirla. Si se quiere destruir a la Fraternidad San Pío X, entonces únase a la Iglesia Conciliar”.
Ciertamente, con amigos pusilánimes o impotentes que temen hablar, como los que dice Mons. Fellay que hay en Roma, ¿piensa ir a esta Cruzada de Reconquista?

[14] ¿Por qué está seguro de que este “movimiento joven” se impondrá a la “jerarquía caduca”? ¿Acaso por un argumento biológico, cronológico, prófético o qué? No lo sabemos.

[15] Esto es claro. Y lógicamente no lo dijo así para el gran público, aunque se le escaparon algunos comentarios que muestran esto muy claramente (en especial en la entrevista con la cadena CSN de Estados Unidos). “Una nueva posición en relación con la Iglesia oficial”. Una nueva posición, es decir, distinta de la que se sostuvo antes. Pese a que la Iglesia conciliar (a quien Fellay llama “oficial”) sigue siendo lo que era, pese a que no reniega del Vaticano II sino que lo reafirma –ahora en su cincuenta aniversario se pudo ver con toda claridad-, la Fraternidad San Pío X debe cambiar su posición. ¿Por qué? Porque aparentemente allí en el Vaticano hay “amigos de la Tradición”. Un argumento emocional que no se traduce en un cambio de dirección de la nave vaticana, que continúa su marcha hacia el Gobierno Mundial y el diálogo con los enemigos de Cristo. ¿Y en qué consiste esa nueva posición de la Fraternidad? En un nuevo lenguaje, que todavía critica al Vaticano II pero cada vez menos drásticamente. Que habla benévolamente del Papa o lo critica como disculpándolo; en un quitarse de encima a los que sigan teniendo un lenguaje claro y duro para con los acuerdos no doctrinales con Roma (lenguaje que tuvo Mons. Lefebvre como lo tiene hoy Mons. Williamson; sin dudas hoy Mons. Lefebvre habría sido expulsado, tal vez no por tener un blog, sino por hacer “dibujitos” molestos).

[16] Acá habría que entender que hay dos Iglesias: la Iglesia conciliar, comandada por herejes, apóstatas y masones, y la Iglesia de la Tradición, que puede ser castigada severamente –ya lo está siendo- si pacta con sus enemigos. Se trata entonces de una guerra entre dos religiones distintas, la Religión del hombre contra la Religión de Dios. Pero parece que ya no se piensa que se trata de una guerra entre dos religiones, sino de una negociación diplomática entre facciones políticas. Por eso se entabla el diálogo (llamado “conversaciones”) interreligioso, donde una de las dos religiones debe ceder.

[17] Y todo esto se aceptaría sin que Roma haya abjurado de sus errores y vuelto a la Tradición, condición imprescindible que se planteaba antes (ahora Mons. Fellay lo juzga “irrealista”; es decir, que no confía en las soluciones que Dios pueda dar como cuando calmó súbitamente la tempestad del mar, o cuando la conversión de Pablo; ahora todo es palabrerío y diplomacia, estériles, por supuesto). Es decir, que si a la FSSPX se le concede esto, acepta convivir con la Roma modernista. Eso es lo que se llama “tolerantismo” (en términos masónicos). Aquello proclamado por los masones ahora la Fraternidad lo reclama para sí. “Queremos ser tolerados como somos”. Eso está bien, pero, ¿por quiénes? ¿Se le pide al error que tolere a la verdad? El católico reclama el derecho absoluto de la verdad, no que la verdad sea tolerada. Aquí no hay conciliación posible ya que las tinieblas no aceptan la luz, el error no acepta la verdad y en la medida que la acepta es porque ésta ya no lo es tanto.
Recordemos las palabras de Mons. Lefebvre:
“No tenemos la misma mane­ra de concebir la reconciliación. El cardenal Ratzinger la ve en el sentido de reducirnos, de condu­cirnos al Vaticano II. Nosotros la vemos como una vuelta de Roma a la Tradición. Y así no hay quien se entienda. Es un diálogo de sordos.
«[...] Suponiendo que de aquí a un tiempo Roma nos llame, nos quiera ver y volver a conversar, en ese caso seré yo quien ponga las condiciones [...] Y plantearé las cuestiones desde el plano doctrinal: "¿Están de acuerdo ustedes con las grandes encíclicas de los grandes papas precedentes? ¿Están de acuerdo con la Quanta Cura de Pío IX, Immortale Dei y Libertas de León XIII, Pascendi de Pío X, Quas Primas de Pío XI, Humani Generis de Pío XII? ¿Están ustedes en plena comunión con esos papas y sus afirmaciones? ¿Acep­tan también el juramento antimoder­nista? ¿Están por el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo? Porque si no aceptan las doctrinas de sus predecesores es inútil hablar. Mientras no acepten reformar el Concilio considerando la doctrina de los papas anteriores, no hay diálogo posible. Es inútil”.

[18] ¿Cuáles son esas indicaciones muy graves? Secreto. ¿No tienen los miembros y fieles de la Fraternidad derecho a conocerlas? No, parece que son niños que deben confiar ciegamente en sus papás (como afirmó el Superior de Distrito de EE.UU.), así como los laicos confiaron en sus obispos y sacerdotes durante el Vaticano II, y cerrando los ojos obedecieron y permitieron la tragedia. Pero eso no es lo que quiere Dios. no es lo que enseñó San Pablo

[19] Otra ilusión, otra afirmación fuera de la realidad. ¿Quién está debilitada, Roma o la Fraternidad, dividida en mil pedazos, con un obispo y sacerdotes expulsados, muchos fieles desconcertados y un Superior General débil y desprestigiado? ¿Quién muestra su debilidad sino la FSSPX, que ya no se atreve a usar el mismo lenguaje frontal y claro que usaba antes para proclamar la verdad?

[20] ¿Qué quiere decir una “rigidez reprensible”? ¿Rigidez en qué? ¿En la doctrina? ¿En los modos? Es ambiguo. Otro cambio en el lenguaje que nos hace recordar a Juan XXIII y su famoso discurso inaugural del Vaticano II, cuando dijo: “Siempre se opuso la Iglesia a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos”.

Aquí está Juan XXIII condenando al olvido a Pío XI y San Pío X; y Mons. Fellay condenando a Mons. Lefebvre, bajo la falaz idea de que la condena enérgica de los errores sería una falta de misericordia o caridad. “No sólo se trata de expresiones lamentables –decía Mons. Lefebvre sobre las palabras de Juan XXIII- que manifiestan un pensamiento bastante confuso, sino de todo un programa que expresa el pacifismo y que caracterizó al Concilio” (Lo destronaron. Del liberalismo a la apostasía. La tragedia conciliar). “Se decía –sigue Monseñor- es necesario que hagamos la paz con los masones, la paz con los comunistas, la paz con los protestantes. ¡Hay que acabar con esas guerras interminables, esa hostilidad permanente! Es por otra parte lo que me dijo Mons. Montini, entonces Sustituto en la Secretaría de Estado, cuando durante una de mis visitas a Roma en los años cincuenta, le pedí la condenación del “Rearme moral”. Me respondió: “¡Ah, no hay que estar siempre condenando, condenando! ¡La Iglesia no va a quedar como una madrastra!”. Ese es el término que usó Mons. Montini, Sustituto del Papa Pío XII; ¡lo recuerdo todavía como si fuera hoy! Por lo tanto, ¡ya no más condenaciones, no más anatemas! ¡Pactemos!” (Idem)
Hoy parece decirse: “¡Hagamos la paz con los modernistas, hay que acabar con esta guerra interminable que ya lleva cuarenta años! ¡Pactemos!”. Para eso Mons. Fellay hace uso de una expresión como la comentada.
Pero ampliemos esto porque tiene su importancia: algunos periodistas bobetas acusan a Mons. Williamson no sólo de querer formar un “Palmar de Troya” (para no hablar de las histéricas marionetas del demonio que dicen que Mons. Williamson ¡está llevando a sus seguidores a la adoración del Anticristo!), sino que también se lo tilda de “católico salvaje”. ¿Y esto por qué? Por no querer reducir la verdad a modales prolijos y acicalados que de tan agradables al enemigo terminan por entibiar la verdad, aguándola y desfigurándola con el lenguaje liberal. ¡Qué miedo tienen algunos a la verdad, o, mejor dicho, a las consecuencias que pueden tener para ellos! Pues bien, “Nuestro Señor y Redentor –decía San Buenaventura-, lleno de celo por la salvación de las almas, que Él había venido a rescatar a precio de su vida, procuraba por todos los modos atraerlas a sí y arrancarlas de las garras de sus enemigos. Por esto usaba algunas veces de palabras blandas y humildes, otras empleaba un lenguaje duro y severo, ya enseñaba con ejemplos y parábolas, ya con prodigios y milagros, y ya también empleaba, cuando lo juzgaba necesario, las amenazas y el terror. Estos varios medios de salud los ponía en práctica según veía que era conveniente, atendiendo a la variedad de lugar, tiempo y personas que le escuchaban (…) Considera tú ahora al Salvador sentado humildemente entre los fariseos, pero hablándoles con autoridad, con la fuerza y el poderío de su virtud, anunciándoles claramente su caída”(“Meditaciones de la Vida de Cristo”).
Y así como Nuestro Señor usó de palabras dulces y suaves con los pobres y los enfermos, no trepidó en usar el lenguaje más duro con aquellos hipócritas que corrompían la religión.
En efecto, la caridad exige para volver a la verdad muchas veces de un lenguaje duro, severo, chocante, como cuando Nuestro Señor le dijo a Pedro: “¡Quítateme de delante, Satanás! ¡Un tropiezo eres para Mí, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres!” (Mt. 16, 23). ¿Acaso no les diría lo mismo a estos Papas modernistas del Concilio? ¿Lo tildarían estos periodistas de estrecho panorama de “salvaje”? ¿Y Mons. Lefebvre, qué fue lo que dijo? “Puesto que la Sede de Pedro y los puestos de autoridad de Roma están ocu­pados por anticristos”, y “Esto nos ha valido la persecución de la Roma anticristo”. Pero a estos mismos que Mons. Lefebvre calificara así, Mons. Fellay apenas les dice con una amplia sonrisa “están equivocados, ¿por qué no piensan que están equivocados?”.


[21] Ya no es la Iglesia conciliar –aquí llamada “Iglesia oficial”- la que debe convertirse, la que debe volver a lo que enseñaban los Papas anteriores al concilio, como decía Mons. Lefebvre, y “dar el paso” hacia la Tradición; sino que es la Fraternidad, la Tradición, la que ha de dar el paso (el mal paso) para ingresar en la Iglesia conciliar.

[22] Esto es, que con un decreto el Papa haga ingresar a la Fraternidad al Circo Romano de las Religiones para devorársela, es decir, para “convertirla” al Conciliarismo. Porque, si ahora no se condena con toda la firmeza y la dureza de la verdadera caridad los errores del Papa y los modernistas, luego, estando dentro de Roma, ¿cree el lector que se tendrá un lenguaje más duro, más claro, más verdadero, o en cambio un lenguaje todavía más conciliador y ambiguo que el actual? La respuesta no es difícil de adivinar.